El salido de la peluquera
Llevo el pelo demasiado largo –he pensado–, ya va siendo hora de que vaya a cortármelo. No mucho, que tal como están las cosas no quiero que por la calle me confundan con un banquero. Así que he llamado a la peluquería de siempre, a la que he ido durante los últimos diez años. Comencé a ir ahí porque me quedaba cerca del trabajo, pero a pesar de mi deambular laboral he seguido fiel a la misma, desplazándome hasta allí para que mi peluquera favorita me lave la cabeza y me la masajee... provocando en mi mente calenturienta todo un imaginario de situaciones lúbricas y algún que otro tipo de reacción en otras latitudes corporales. He llamado, como he dicho, y me ha atendido una voz femenina que ha querido saber mi nombre y, tras una breve negociación de horas y fechas, me ha dado cita para una tarde de lunes. Cuando parecía que ya iba a colgar, la costumbre me ha alertado de que algo estaba fallando, que no era como siempre. Siempre que había llamado, antes de confirmar la hora me preguntaban quién me atendía y yo pronunciaba su nombre mientras un cosquilleo en las sienes me adelantaba los placeres de sus manos. Porque la peluquería la llevan mi peluquera favorita y un chico con más pluma que un pavo real. Pero no me lo ha preguntado, así que he tomado la iniciativa de decirlo yo mismo: “me atiende mi peluquera favorita”. Unos segundos antes, el montador de la película había acoplado una música en leve crescendo que avanzaba imperceptiblemente en paralelo a la acción, hasta el momento en que la chica del teléfono ha dicho: “no, es que tu peluquera favorita ya no trabaja aquí”. En ese momento el montador ha colocado un primer plano del rostro sorprendido, aturdido y después desencajado de arrebatos mientras la música alcanzaba un clímax dramático de lo más resultón.
Tras unos segundos de desconcierto he conseguido balbucear un “ah, vaya… pues… no lo sabía...” –risa nerviosa– seguido de un “no importa” –mentira falaz– “el lunes entonces”. Antes de colgar ya estaba cavilando qué excusa podía dar el lunes para no ir a cortarme el pelo.
Después me he reunido con el grupo de exiliados por el vicio de fumar que cada par de horas nos reunimos en la calle junto al portal. Están haciendo ostentosos movimientos con las manos como perfilando un imaginario cuerpo femenino ante ellos mientras profieren exclamaciones que a alguna alma noble podrían parecerle soeces, pero que entre amigotes no son más que adjetivos acertadamente descriptivos, del tipo “cómo está, la madre que la parió”, “a esta la ponía yo a cuatro patas mirando a Cuenca” que, dicho sea de paso, nunca he comprendido el porqué de Cuenca y no Valladolid o el consabido “como se me ponga a tiro, lo siento por la parienta, pero esto no pasa todos los días”. No me ha hecho falta preguntar, porque justo en ese momento, en la acera de enfrente, entraba la peluquera del barrio –no mi peluquera favorita, sino la peluquera cañón del barrio– en su peluquería. Eso sí, todos coincidían… bueno, todos coincidimos en que desde que la ha dejado el novio –no me extraña, tiene tantas tetas como mala leche– está echando culo. De hecho, así a groso modo, habrá aumentado unos diez centímetros de perímetro en la zona del culamen, según la observación promedio a veinticinco metros de distancia de los que estamos ahí. Y ahora vienen los turrones, ha observado uno acertadamente. Vaya, que si hay que darle un viaje, que no pase de navidad, de lo contrario ya se habrá echado a perder. Qué lástima, ha suspirado otro. Con lo buena que estaba. Y con lo buena que sigue estando, ha apuntado el de más allá, no exento de razón. Sí, sí, pero o se le da el trancazo –literal– antes de los turrones o ya no merecerá la pena. Cierto. Sí, cierto.
En fin –he pensado– creo que ya sé qué peluquera se va a convertir en mi nueva peluquera favorita.
Tras unos segundos de desconcierto he conseguido balbucear un “ah, vaya… pues… no lo sabía...” –risa nerviosa– seguido de un “no importa” –mentira falaz– “el lunes entonces”. Antes de colgar ya estaba cavilando qué excusa podía dar el lunes para no ir a cortarme el pelo.
Después me he reunido con el grupo de exiliados por el vicio de fumar que cada par de horas nos reunimos en la calle junto al portal. Están haciendo ostentosos movimientos con las manos como perfilando un imaginario cuerpo femenino ante ellos mientras profieren exclamaciones que a alguna alma noble podrían parecerle soeces, pero que entre amigotes no son más que adjetivos acertadamente descriptivos, del tipo “cómo está, la madre que la parió”, “a esta la ponía yo a cuatro patas mirando a Cuenca” que, dicho sea de paso, nunca he comprendido el porqué de Cuenca y no Valladolid o el consabido “como se me ponga a tiro, lo siento por la parienta, pero esto no pasa todos los días”. No me ha hecho falta preguntar, porque justo en ese momento, en la acera de enfrente, entraba la peluquera del barrio –no mi peluquera favorita, sino la peluquera cañón del barrio– en su peluquería. Eso sí, todos coincidían… bueno, todos coincidimos en que desde que la ha dejado el novio –no me extraña, tiene tantas tetas como mala leche– está echando culo. De hecho, así a groso modo, habrá aumentado unos diez centímetros de perímetro en la zona del culamen, según la observación promedio a veinticinco metros de distancia de los que estamos ahí. Y ahora vienen los turrones, ha observado uno acertadamente. Vaya, que si hay que darle un viaje, que no pase de navidad, de lo contrario ya se habrá echado a perder. Qué lástima, ha suspirado otro. Con lo buena que estaba. Y con lo buena que sigue estando, ha apuntado el de más allá, no exento de razón. Sí, sí, pero o se le da el trancazo –literal– antes de los turrones o ya no merecerá la pena. Cierto. Sí, cierto.
En fin –he pensado– creo que ya sé qué peluquera se va a convertir en mi nueva peluquera favorita.
8 comentarios:
Pues le vas a tener que dar mucho "trote" para que aguante la figurita...ya sabes...los turrones...jajaja un besito...
Esa peluquera os debería cortar la lengua ,en lugar del pelo;por no decir otras cosas... jaja.
Un besote,amigo; y qué bien reflejas las conversaciones masculinas...
Pura realidad,¡qué le vamos a hacer!
:-))
¡Ah, estas fantasmagóricas conversaciones masculinas, que tanto fomentan la imaginación! Todos sabemos que no hay nada más inocente. Y sin embargo, en nuestros tiempos son casi conversaciones clandestinas.
Mi peluquera también me hizo una faena buena: desapareció, cerró la peluquería a la que iba desde hace no se cuánto y decidió irse a recorrer mundo. Desde eso, mi estructura capilar no ha vuelto a ser la de antes. Mira que la hecho de menos, y a sus disfraces. Cada vez que me tocaba corte de pelo, había cambiado de personalidad: ejecutiva sexy, loba de las SS, hippie, etc…
¡Raque, vuelve!
Juanjo, has dado en el clavo. ¿Existe mayor desamparo que quedarse sin la peluquera de toda la vida? A las peluqueras deberíamos exigirles más fidelidad que a la propia mujer.
¡Ay, ingratas!
¿peluquera favorita? Sr. Arrebatos; ni yo tengo una peluquera favorita. -éstos chicos de Barcelona son de lo más cosmopilitas...-
En cuanto a sus solicitudes; No son fotos, es un vídeo. La imagen no tiene retoques. Pero me sería muy complicado hacérselo llegar, por tamaño del archivo ;)
¡Cachis!
chaval que te veo venir! te buscas otra!! ,-)
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