La Grande Boucle
Este último ha sido un Tour de Francia raro. El vencedor no se ha llevado el gato al agua en ninguna etapa; el maillot a topos que acredita al mejor escalador no ha ganado ni una sola llegada en alto, mientras el que más etapas ha ganado al sprint ha visto como otro se llevaba el maillot verde. Por si esto no fuera ya suficiente para calificarlo de atípico, la clasificación por equipos ha dejado en primera posición a uno que no cuenta entre sus filas con ninguno de los diez primeros clasificados. Lo dicho, un Tour raro, raro. Y encima toda esta polémica sobre la deportividad y la caballerosidad en la carretera. Que si yo te espero a ti y tú me esperas a mí, como si en lugar de ciclistas profesionales fueran niños citándose a la salida del colegio. Que si ahora no corras mucho que me he dejado los piños en los adoquines; que si tu bocadillo es de jamón y el mío es de mortadela que no me gusta. No sé si será porque, desde que no les dejan doparse, se han convertido en unas niñas cursis, unas florecitas efímeras que al menor revés se sienten desconsoladas y heridas, pero lo que he visto en este Tour de Francia no me ha gustado nada. ¿Dónde queda esa mentalidad asesina y voraz que caracteriza al campeón? ¿Qué fue de aquellos grupitos que aprovechaban cualquier corte para fugarse durante ciento y pico kilómetros, puertos de primera categoría mediante? Coño, no hace tanto que había pasos a nivel con barrera. Y si te pillaba con la barrera bajada, pues te jodías y te quedabas para ver pasar el tren, ya fueras escapado (con lo que perdías la ventaja) o persiguiendo (con lo que perdías al escapado). ¡Y vaya si lo aprovechaba el que había conseguido cruzar antes! Le iba de fábula para subir el puerto en solitario y, una vez arriba, comerse el bocadillo de tortilla tranquilamente antes de acometer el descenso. Pero ahora pretenden tenerlo todo tan científicamente calculado, todo tan previsto y analizado, que cualquier contratiempo debe ser neutralizado y quien lo aproveche resulta que es deshonesto y falto de deportividad.
Pues qué queréis que os diga, me gustaba más antes, sin gps ni pinganillos; todos los ciclistas con la misma bicicleta las tres semanas, la visera hacia atrás como único elemento aerodinámico; con los papeles de periódico en el pecho en los descensos, los pasos a nivel con barrera, sin rotondas, con granizo en los puertos de montaña y demarrajes asesinos aprovechando cualquier infortunio ajeno para trocarlo por fortuna propia. Eso sí era la épica del ciclismo, no este juego de nenazas quejicas cediéndose el paso. Mira tú si han cambiado las cosas que antes, subiendo un puerto de montaña con la tranquilidad de quien va a por el periódico al quiosco de la esquina, eran los propios ciclistas quienes regaban a los espectadores apostados junto a la carretera para ayudarles a combatir el calor, de sobrados que iban.
Pues qué queréis que os diga, me gustaba más antes, sin gps ni pinganillos; todos los ciclistas con la misma bicicleta las tres semanas, la visera hacia atrás como único elemento aerodinámico; con los papeles de periódico en el pecho en los descensos, los pasos a nivel con barrera, sin rotondas, con granizo en los puertos de montaña y demarrajes asesinos aprovechando cualquier infortunio ajeno para trocarlo por fortuna propia. Eso sí era la épica del ciclismo, no este juego de nenazas quejicas cediéndose el paso. Mira tú si han cambiado las cosas que antes, subiendo un puerto de montaña con la tranquilidad de quien va a por el periódico al quiosco de la esquina, eran los propios ciclistas quienes regaban a los espectadores apostados junto a la carretera para ayudarles a combatir el calor, de sobrados que iban.
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