Sin juicio
Hoy he perdido el resto de juicio que me quedaba. Ya me puedo considerar un ciudadano modélico y socialmente adaptado. Ahora sólo me falta comprar un televisor.
Al entrar en la consulta, el doctor me ha sonreído. Habrá sido para romper el hielo, pero un escalofrío me ha recorrido la espalda dejando un carámbano en la rabadilla. Me ha pedido que me siente y que le firme una autorización conforme conozco los riesgos de la intervención.
–¿Riesgos, qué riesgos? –he preguntado dando un respingo.
Y amablemente ha empezado a leer una interminable lista de calamidades fortuitas. La anestesia me podía producir una reacción alérgica, puedo sufrir una infección, me puedo tragar parte del instrumental quirúrgico (a la enfermera sí que me gustaría…), me puedo morir (como todos, vaya), me puede afectar al nervio y perder sensibilidad en labios y lengua… ¡Eh! Ahí me he puesto tenso. Con lo que a mí me gusta meter la lengua entre… ¡Con lo que a mí me gusta mi lengua! Por no hablar de los labios, míos o ajenos, con dientes o sin.
Le he pedido más detalles sobre este punto y sólo ha sabido decirme que no suele ocurrir nada. No suele. Como si eso fuera suficiente. Yo ahí sufriendo por si me voy a pasar el resto de mi vida dando besos de corcho, y él se limita a decir que no suele ocurrir. ¿Y si ocurre qué? Me ha intentado tranquilizar mostrándome mi radiografía maxilar.
–¿Ves? Esto es la muela –una enorme pieza en posición horizontal, perpendicular al resto- y esto de aquí abajo, esta franja más clara, es el nervio. No parece que vaya a haber problemas, está a unos dos o tres milímetros.
–¡Dos milímetros! ¿La diferencia entre tener lengua o un tapón de cava en la boca depende de dos milímetros? Si me sucede eso acabaré suicidándome con un sacacorchos, lo sé.
–No, tranquilo –ha continuado-. Es distancia más que suficiente para evitar riesgos. Bien, ¿firmas aquí?
Y con valiente gallardía y un bolígrafo he firmado mi posible renuncia a lamer. Más que una mano parecía un sismógrafo en pleno terremoto de nivel 10 en la escala Richter. Después me he tumbado, he abierto la boca y he cerrado los ojos.
(sugerencia de consumo)
al desquiciado Jack Nicholson en The Little Shop of Horrors
Al entrar en la consulta, el doctor me ha sonreído. Habrá sido para romper el hielo, pero un escalofrío me ha recorrido la espalda dejando un carámbano en la rabadilla. Me ha pedido que me siente y que le firme una autorización conforme conozco los riesgos de la intervención.
–¿Riesgos, qué riesgos? –he preguntado dando un respingo.
Y amablemente ha empezado a leer una interminable lista de calamidades fortuitas. La anestesia me podía producir una reacción alérgica, puedo sufrir una infección, me puedo tragar parte del instrumental quirúrgico (a la enfermera sí que me gustaría…), me puedo morir (como todos, vaya), me puede afectar al nervio y perder sensibilidad en labios y lengua… ¡Eh! Ahí me he puesto tenso. Con lo que a mí me gusta meter la lengua entre… ¡Con lo que a mí me gusta mi lengua! Por no hablar de los labios, míos o ajenos, con dientes o sin.
Le he pedido más detalles sobre este punto y sólo ha sabido decirme que no suele ocurrir nada. No suele. Como si eso fuera suficiente. Yo ahí sufriendo por si me voy a pasar el resto de mi vida dando besos de corcho, y él se limita a decir que no suele ocurrir. ¿Y si ocurre qué? Me ha intentado tranquilizar mostrándome mi radiografía maxilar.
–¿Ves? Esto es la muela –una enorme pieza en posición horizontal, perpendicular al resto- y esto de aquí abajo, esta franja más clara, es el nervio. No parece que vaya a haber problemas, está a unos dos o tres milímetros.
–¡Dos milímetros! ¿La diferencia entre tener lengua o un tapón de cava en la boca depende de dos milímetros? Si me sucede eso acabaré suicidándome con un sacacorchos, lo sé.
–No, tranquilo –ha continuado-. Es distancia más que suficiente para evitar riesgos. Bien, ¿firmas aquí?
Y con valiente gallardía y un bolígrafo he firmado mi posible renuncia a lamer. Más que una mano parecía un sismógrafo en pleno terremoto de nivel 10 en la escala Richter. Después me he tumbado, he abierto la boca y he cerrado los ojos.
(sugerencia de consumo)
al desquiciado Jack Nicholson en The Little Shop of Horrors
15 comentarios:
que bonita forma de expresar un acto tan simple
Ua forma muy analítica de ver las cosas...
El remate con el gran Nicholson, la guinda.
Saludos y gracias por la sonrisa.
Don Arrebatos: le rindo pleitesía. Este es un gesto de heroísmo que me deja perplejo. Yo, se lo aseguro, no hubiese sido capaz. Soy de los que creen que el movimiento se demuestra huyendo.
Sólo unas palabras: Ay...
Divertidísimo. Me ha recordado otra firma que estampé yo con las mismas reservas, ante la mirada sanguinaria y perversa (ríete de Nicholson) del director del banco con el que me comprometí por 30 años al firmar la hipoteca.
Banqueros y médicos son unos seductores, de otra forma no se ganarían la vida.
Al menos sigues con sensibilidad en la boquita, que no es poco.
Sí traviata, tienes razón. Lo de la hipoteca es peor y -masoca que es uno- yo he firmado dos. Lo gracioso (y patético) del caso es que encima se lo montan para que creas que te están haciendo un favor. Te van a sangrar cada mes durante treinta años y por ello les das las gracias.
Yo cada vez que voy al dentista y me pone esa anestesia de sabor a plátano caduco lo primero que pienso es: Dios nunca voy a volver a besar. Lo preocupante es que mi primera necesidad tendría que ser volver a masticar.
la última vez que me sacaron una muela me quedó un moretón en la cara que duró 2 semanas y estuve a punto de decirdir no ser madre, con tal de que no me arrancaran nada más del cuerpo de esa forma.
Hasta para una simple ecografía te piden el consentimiento informado. Da que pensar.. sí, pero, (no sé por qué, dudo que lo merezcan, pero voy a hacer del abogado del diablo), "la gente" es algo estúpida, con perdón (yo también soy gente), dejando TODA la responsabilidad de su integridad física, de sus vidas, en manos de los médicos (esos dioses..) desentendiéndose de todo (es más fácil vivir en la ignorancia). El consentimiento informado es la garantía de no poder hacer eso impunemente. Tienes la obligación, de, al menos, saber a lo que te expones, aunque sea remotamente.. Claro que puede parecer que firmas tu sentencia de muerte o algo peor.. jaja (a veces, así es).
Y en otro orden de cosas (¿más importantes?), habría que preguntarse si es más necesario masticar que besar.. Uy, parece difícil ¿no?. ¿Y sonreír?.
Un beso Arrebatos. Ya pasó todo, ale ale ale.. Sana sana.. Si ahora los dentistas son muy buenos y no hacen nada de dañito.. jejeje. Ah! ¡y qué bueno el Nicholson!, ya de joven apuntaba maneras.. NO paro (¿habré tragado lengua? jajaja).
Pitima, yo se -en exceso, incluso- el riesgo que corro cada vez que me pongo en manos médicas. La cuestión es que firmando el papelito, ellos se eximen de cualquier chapuza que te hagan. Además, no te queda alternativa: o firmas, o firmas.
Saludos a tod@ médic@s ;)
El cosentimiento informado no exime de las chapuzas. Sólo eso. Y no soy médico (Dios me libre)..
Sí pitima, sin embargo el corporativismo médico es famoso por sus abusos y sus silencios.
Toda, toda la razón Arrebatos. Ahí sí que estamos desprotegidos del todo. Contra eso es difícil. Pero cuanta más información tengamos, más podremos hacer.. Sobre todo hay que andarse con mucho ojo y cuidarse mucho de dónde te metes.. Hay (no sé cuántos) matasanos sueltos que ensucian la peculiar profesión de la medicina.
supongo que habrá salido bien,no?
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