Extrañas bifurcaciones
Debí confundirme en alguna de las muchas bifurcaciones, en alguno de los caminos tomados a la suerte de los dados por carecer de otro criterio, ni siquiera mejor o peor alternativa. Túneles y más túneles atestados de gente anónima, oleadas humanas vertidas de otros túneles que se cruzan y comunican y entrelazan y bifurcan interminablemente en una suerte de hormiguero o laberinto. Llevado por la corriente gris de gente como yo mismo vagando con la mirada perdida en indescifrables indicaciones de colores y flechas y símbolos y el terror de encontrarme de bruces con el Minotauro, pues eso sería la evidencia del imposible regreso. Al fondo del pasillo una sonrisa me aseguraba que podría aprender inglés sin esfuerzo, una sonrisa grandiosa iluminada por detrás de dientes cegadores, una boca que abierta podría engullirme y esos dientes triturarme sin esfuerzo para aprender inglés. Triturado en inglés, sin esfuerzo. Pero no quiero aprender inglés, no ahora. Ahora me basta con comprender en cualquier idioma y salir del túnel. Por eso tomo ese tren, porque es el primero que se para en el andén y porque yo estoy en ese andén cuando se para el tren y nada puedo hacer por evitar ser empujado y arrastrado e insertado en el interior de ese gusano metálico que come hormigas y después sale zumbando por el túnel hasta la siguiente estación a por más hormigas. No le concederé demasiada importancia a la absurda correlación de estaciones, pues no sé donde estoy ni hacia dónde voy. No tiene importancia Nuevos Ministerios y después Retiro y más tarde Paseo de Gracia y la siguiente Barceloneta y bajar en Cuatro Caminos. Algo me dice que si cojo el metro en una estación de Madrid, debo bajar en otra de la misma ciudad, por aquello de pese a todo intentar mantener la lógica dentro del absurdo. Pero todavía no. Antes de bajar debo avanzar de vagón en vagón, entre la gente y los codos en las costillas y los pisotones disculpe no ha sido nada y seguir adelante buscando algo o a alguien que veo de espaldas de mujer y es un pelo conocido de mujer pero no consigo recordar, y cuando parece que ya lo tengo y estoy a la distancia de un brazo y de un último recuerdo de alcanzarlo, se pierde otra vez entre las hormigas que entran y salen del vagón, igual que intentar apartar una pequeña astilla de cáscara en un huevo batido y vuelta a empezar. Y cuando bajo en Atocha es la segunda vez que pasaba por esa estación, porque en Madrid todos los metros son circulares y pasan por todas las estaciones varias veces al día Sevilla, Moncloa, Diagonal, Arco de Triunfo, Sants Estació, Callao y uno sólo debe procurar apearse en la misma ciudad donde tomó el metro, todo el mundo lo sabe. Como también sabe qué túneles llevan a la salida y entonces es fácil, sólo hace falta dejarse llevar por las hormigas hacia la luz del sol, de ese sol que se cuela a través de la persiana abierta maldita sea anoche no la cerré. Y miro el reloj y son la diez de la mañana y mi cama es la misma de siempre, y las paredes tienen el mismo color de siempre en mi casa desde que las pinté. Y la boca pastosa me recuerda la misma resaca de siempre y el sudor es el de siempre en mi cuerpo todavía cansado, todavía con algunas raíces en el sueño y es por eso que no he conseguido identificar el timbre del teléfono hasta que ha dejado de sonar. Por eso, por esa parte de mí todavía en el sueño, no me ha sorprendido ver en la llamada perdida la respuesta a ese pelo y esa espalda perseguida y no alcanzada, tu nombre escrito en la pantalla con la luz por detrás, pero sin invitarme a aprender inglés sin esfuerzo. También por eso no me han parecido raros tus reproches ya está bien, no tienes ninguna excusa, venir a Madrid y no avisarme, no me digas que no porque anoche te vi en el metro cuando bajabas en Atocha. Y salir a la terraza para ver una preciosa mañana de San Juan en mi Barcelona de siempre.
(sugerencia de consumo)
la música de Miles Davis para Ascenseur pour l'échafaud de Louis Malle
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