sábado, 23 de febrero de 2008

Narrativas (I). Mostrar o contar sentimientos

Existen dos formas de narrar los sentimientos, el carácter o las emociones de un personaje. Se puede trabajar con el concepto o con la imagen. Es decir, se puede contar o mostrar. Ambos son válidos, pero en literatura es más apreciado el segundo; hacerlo con imágenes. Se puede decir:

Pedro está muy triste.
Pedro no paraba de llorar.

Juan era muy pobre.
Juan vestía harapos, dormía en plena calle y no tenía para comer.

Hay que evitar usar las dos formas en un mismo texto, ser redundante. Además, puede provocar discrepancias entre la percepción del narrador y la del lector.

Para este relato, se escribieron doce sentimientos en doce papelitos, que fueron repartidos a suertes. A mí me tocó escribir uno en el que mostrara tristeza, aunque no salió demasiado bien.


A esa hora del recreo, el griterío y las risas infantiles provenientes del patio penetraban en el edificio de la escuela a través de las ventanas abiertas, diluyendo la sobria austeridad de las aulas. En el ambiente flotaba un calor húmedo y pastoso que mantenía en las palmas de las manos del profesor una desagradable sensación aceitosa, forzándolo a frotarlas inútilmente en las perneras de su pantalón. El monótono zumbido de un moscardón terminó por saturar su agobio y se dirigió hacia la ventana con la esperanza de airearse aunque fuera un poco. Abajo, los niños jugaban en grupos desordenados que corrían como enjambres tras el balón, pero manteniendo sus respectivos roles. Los gorditos Oscar y Borja ocupaban sendas porterías, mientras que Álvaro y Toni se erigían en líderes naturales encargándose de anotar goles. Se iba a levantar del alféizar cuando reparó en Quique, que encogido en un rincón a la sombra de la encina, parecía querer pasar inadvertido. Acomodó sus ojos a la umbría para observarlo con detenimiento. Quique era un chico muy reservado y callado, algo que, conociendo a sus padres, muy autoritarios, era de lo más normal. Estaba sentado sobre una piedra, a la que había extendido encima un pañuelo. Vestía una gruesa chaqueta, pantalón largo y calzaba unas relucientes botas oscuras. Sin duda inadecuado para esos primeros días de verano. Seguía sin perder detalle el desarrollo del partido que estaban jugando sus compañeros de clase, pero por algún motivo no quería participar en él.

En un lance del juego, el balón salió disparado hacia donde se sentaba Quique que, como empujado por un resorte, se lanzó a la carrera para detenerlo. Sin embargo, algo le hizo parar en seco. Dio toda la impresión de un niño al que regañan cuando lo sorprenden haciendo algo que sabe que está mal. El balón pasó de largo sin que llegara a detenerlo y un coro de gritos y burlas se elevó desde el patio hasta los oídos del profesor. Mientras, uno de ellos echó a correr para recuperar la pelota adelantando a Quique, que con los hombros encogidos y mirándose la punta de los zapatos, regresó a su refugio en la sombra. Los gritos todavía continuaron mientras Marco regresaba exhibiendo su virtuosismo con los pies. Se reían de su ropa y de que su mamá le había prometido una buena zurra si se la ensuciaba. Todo comenzaba a tener sentido para el maestro que seguía observando desde el alféizar. Vio como Quique acomodaba de nuevo el pañuelo sobre la piedra y se sentaba. Después se dedicó un rato a quitar el polvo de sus zapatos con las manos y finalmente con la manga de la chaqueta. Parecía que ni siquiera osara mirar hacia los chicos, que rápidamente se habían olvidado de él y seguían jugando. Se levantó, cogió el pañuelo y, dándole la espalda al grupo, pareció pasárselo por los ojos y la nariz. Iba a dejarlo de nuevo sobre la piedra, pero se detuvo un instante, se lo quedó mirando y lo dobló cuidadosamente para guardárselo en el bolsillo derecho de su chaqueta.

Se giró de nuevo hacia el patio y luego levantó la mirada justo hacia la ventana donde estaba el maestro observando. Le pareció una mirada perdida. Miraba pero sin ver y por un momento dudó que hubiera reparado en él, pese a que el sol iluminaba parte de su cuerpo sentado. Agachó de nuevo la cabeza y se dirigió hacia el interior del edificio de la escuela por el camino de grava, evitando así el suelo reseco y cubierto de polvo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿No salió demasiado bien? A mi me ha parecido muy triste... pero claro, yo es que comentario de texto he sido muy malo malisímo siempre.

En realidad, no hay nada más triste que un niño con pañuelo. Independientemente de que juegue, o no.

arrebatos dijo...

Quizás sí que me salió triste, pero no era exactamente eso lo que me pidieron. Se suponía que debía mostrar a un personaje triste, más que a un personaje que transmitiera tristeza. En fin... supongo que me pasé demasiado tiempo filosofando con la diferencia entre pena y tristeza, y se me echó el tiempo encima.

pitima dijo...

Ciertamente, el chico da pena, como un pajarillo enjaulado...