Los maniseros
Anoche era el concierto inaugural de la edición número cuarenta del Festival de jazz de Barcelona y, para ser sincero, no se me ocurre mejor arranque que el de ayer: con Bebo y Chucho Valdés sentados frente a sendos pianos.
El Auditori estaba atestado de público y apestado de autoridades, que son esos personajes que suelen ocupar las mejores butacas sin pagar. Por tratarse del cuarenta aniversario, el director del festival nos torturó durante demasiado tiempo con un soporífero discurso leído con voz monótona y monocorde, tal cual un escolar prepúber leería la lección frente a una clase, que hizo cabecear a más de uno. Tras el suplicio, se anunció la entrega de la medalla de oro del festival al incombustible Bebo Valdés, que fue recibido con todo el auditorio puesto en pie aplaudiendo con toda el alma. Y es que a Bebo se le quiere mucho por estos lares.
¿Qué puedo contar sobre lo que vino después? Hace un par de semanas, en su concierto en Barcelona, Bunbury acertó a apuntar como mala costumbre no llevar sombrero, porque eso te impedía quitártelo cuando fuera necesario. Y anoche hubiera sido necesario, porque fue grande, brillante, emotivo… Volvieron a sonar sus clásicas "El manisero", "Siboney", "La negra Tomasa", "La comparsa" o "Lágrimas negras" y también nos regalaron son, bolero y blues, fugaces fragmentos de Bill Evans, de "El vuelo del moscardón" o de "La danza del sable". Y cerraron con Bebo solo en el escenario interpretando el adagio de "El concierto de Aranjuez" del maestro Rodrigo. He tenido el enorme privilegio de verlos actuar en tres ocasiones, y no me canso nunca de repetir. Tantas veces como vuelvan a Barcelona, tantas que iré a que me regalen su música, su alegría contagiosa y su sentido del humor. Pero ahora, lo mejor que puedo hacer es callar y que seáis vosotros mismos quienes juzguéis si acaso exagero.
Os dejo con Bebo y Chucho Valdés, tocando a cuatro manos en el primero de los tres bises de la noche.
El Auditori estaba atestado de público y apestado de autoridades, que son esos personajes que suelen ocupar las mejores butacas sin pagar. Por tratarse del cuarenta aniversario, el director del festival nos torturó durante demasiado tiempo con un soporífero discurso leído con voz monótona y monocorde, tal cual un escolar prepúber leería la lección frente a una clase, que hizo cabecear a más de uno. Tras el suplicio, se anunció la entrega de la medalla de oro del festival al incombustible Bebo Valdés, que fue recibido con todo el auditorio puesto en pie aplaudiendo con toda el alma. Y es que a Bebo se le quiere mucho por estos lares.
¿Qué puedo contar sobre lo que vino después? Hace un par de semanas, en su concierto en Barcelona, Bunbury acertó a apuntar como mala costumbre no llevar sombrero, porque eso te impedía quitártelo cuando fuera necesario. Y anoche hubiera sido necesario, porque fue grande, brillante, emotivo… Volvieron a sonar sus clásicas "El manisero", "Siboney", "La negra Tomasa", "La comparsa" o "Lágrimas negras" y también nos regalaron son, bolero y blues, fugaces fragmentos de Bill Evans, de "El vuelo del moscardón" o de "La danza del sable". Y cerraron con Bebo solo en el escenario interpretando el adagio de "El concierto de Aranjuez" del maestro Rodrigo. He tenido el enorme privilegio de verlos actuar en tres ocasiones, y no me canso nunca de repetir. Tantas veces como vuelvan a Barcelona, tantas que iré a que me regalen su música, su alegría contagiosa y su sentido del humor. Pero ahora, lo mejor que puedo hacer es callar y que seáis vosotros mismos quienes juzguéis si acaso exagero.
Os dejo con Bebo y Chucho Valdés, tocando a cuatro manos en el primero de los tres bises de la noche.
1 comentario:
Esa era la fotografía de la noche, ellos tocando a "cuatro manos". Hubiera sido mejor no saberlo.
Saludos
Tomás
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