viernes, 2 de julio de 2010

Comenzar el día

Cada mañana suena el despertador a la misma hora fea y obscena. Primero la radio, por aquello de deshilachar el sueño acompañado por una voz humana, y quince minutos después el estridente graznido metálico que advierte del límite para hacerse el remolón. La rutina, que a la postre de nada nos sirve. Si el despertador fuera una persona sensible a la frustración por no sentirse realizado en su trabajo, llevaría años de visitas quincenales al psicólogo.

Cada mañana sin excepción empieza a sonar la radio y no tengo ningún problema en incorporar esa voz lejana e incomprensible a mi sueño, pues en los sueños todo es coherente. Suena una voz comentando noticias que resbalan sobre la superficie de mi cerebro como aceite sobre el cristal sin llegar a activar ningún resorte. Es entonces cuando la oigo a ella gruñir, gruñido que también con cierta frecuencia incorporo a mi profundo sueño, lo cual conlleva sin demora el acertado codazo o ella gateando en sueños sobre mí para alcanzar el despertador y callarlo. Ahí ya estaré más próximo a la conciencia del nuevo día que al sueño, pero entonces ella se acerca a mí, se acurruca, encaja su cuerpo flexible en mi cuerpo tendido, esconde su cabeza en el hueco entre mi hombro y mi cuello y su abrazo por la espalda nos abandona a un último sueño narcótico que, si en lugar de detener el despertador para que suene de nuevo lo ha parado definitivamente, nos dejará rendidos en la cama hasta que ya sea demasiado tarde.

Pero eso nunca es óbice para tomarme mi tiempo; las prisas nunca fueron buenas consejeras y mi rutina matutina condiciona el día entero. Me levantaré y arrastraré los pies hasta la cocina para desayunar tranquilamente: pan tostado con aceite, por ejemplo, y quizás un yogur, para terminar leyendo los titulares de la prensa del día mientras me tomo el primer café. Antes de meterme en la ducha, si ella también tiene que levantarse, le prepararé el colacao, por descontado sin grumos, que se tomará sentada en la cocina sin levantar la mirada del fondo del vaso, callada y ausente. Pero lo habitual es que saldré de la ducha, me vestiré y cuando me acerque a darle el beso de despedida, veré con cierta envidia que ella duerme profundamente y apenas responde a mi gesto.

Y alguna tarde, al regresar del trabajo, ella me preguntará “¿Hoy me has dado el beso antes de irte?”


(sugerencia de consumo)
The Beatles (cartoon) y su "Good Day Sunshine"

2 comentarios:

Celia dijo...

y ya van casi casi, aproximadamente, 1096 mañanas empujándote para que apagues el despertador.

arrebatos dijo...

Joder, qué paciencia la mía...