Seguridad y deseo (arrebato XII)
La seguridad es paralizante. Por el contrario, su carencia te mantiene alerta, tenso y con los nervios a flor de piel. Este axioma sirve para cualquier ámbito, ya sea trabajo, salud, estabilidad económica o emocional. Del mismo modo, la seguridad de poseer algo le quita deseo al bien poseído. Deja de ser nuestro objeto de deseo.
Es por ese motivo que te deseo tanto. Es por eso que mis dedos se pierden en los rizos de tu cabello. Es por eso que el tiempo se detiene mirándote cuando duermes. Es por eso que respiro el perfume de tu pelo. Es por eso que venero el sabor de tu piel. Es por eso que evoco la ternura de tus labios. Es por eso que me pierdo en el fulgor de tu mirada. Es por eso que me ahogo en la corriente de tus lágrimas. Es por eso que te arrebato la intimidad a través de la cortina de la ducha. Y es por eso que el miedo se inyecta en mis venas y un desagradable hormigueo se apodera de mis brazos cuando, levantando la mirada a través del humo de tu cigarrillo, sin un atisbo de sonrisa en tus labios, me dices tenemos que hablar.
Soy el cuidador del jardín. Me ha sido concedido este preciado bien con una única condición: no descuidarlo. Eso estoy haciendo, y lo hago lo mejor que sé. No ignoro el castigo si no cumplo con mi callada promesa. Aunque a veces –sin llegar a morder la manzana- he oteado a través de los setos para ver qué hay más allá de mi jardín, no tengo intención de marchar de él, de descuidarlo. Es el jardín que quiero cuidar y es por eso el más hermoso de los jardines.
Es por ese motivo que te deseo tanto. Es por eso que mis dedos se pierden en los rizos de tu cabello. Es por eso que el tiempo se detiene mirándote cuando duermes. Es por eso que respiro el perfume de tu pelo. Es por eso que venero el sabor de tu piel. Es por eso que evoco la ternura de tus labios. Es por eso que me pierdo en el fulgor de tu mirada. Es por eso que me ahogo en la corriente de tus lágrimas. Es por eso que te arrebato la intimidad a través de la cortina de la ducha. Y es por eso que el miedo se inyecta en mis venas y un desagradable hormigueo se apodera de mis brazos cuando, levantando la mirada a través del humo de tu cigarrillo, sin un atisbo de sonrisa en tus labios, me dices tenemos que hablar.
Soy el cuidador del jardín. Me ha sido concedido este preciado bien con una única condición: no descuidarlo. Eso estoy haciendo, y lo hago lo mejor que sé. No ignoro el castigo si no cumplo con mi callada promesa. Aunque a veces –sin llegar a morder la manzana- he oteado a través de los setos para ver qué hay más allá de mi jardín, no tengo intención de marchar de él, de descuidarlo. Es el jardín que quiero cuidar y es por eso el más hermoso de los jardines.
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