Todo empezó hace más de un cuarto de siglo. Durante una visita escolar a un museo de historia de la ciudad, cuando pasamos por delante de una enorme roca, la maestra nos la presentó como un monumento megalítico o megalito. Qué palabra tan rara pensé. Y pregunté para asegurarme, interrogando esa palabra nueva ¿megalito? Sí, dijo ella, viene del latín. Y añadió mega grande, litos piedra.
“Viene del latín”. Viene del latín, pensé. ¿Viene? Los niños venían de París, los reyes magos de Oriente y los plátanos de Canarias. ¿Pero las palabras? Jamás, en mi corta vida, se me había pasado por la cabeza que las palabras “viniesen” de algún sitio. Quise indagar más cosas acerca de las palabras y los megalitos, pero la profesora estaba más interesada en la disciplina que en la docencia, así que seguimos andando a través de las salas del museo en fila india y absoluto silencio.
No fue hasta la tarde, cuando llegué a casa, que le pregunté a mi padre y él me explicó. Entonces supe que sí, que las palabras “venían” de otras palabras, lo mismo que las letras de otras letras. Que lo que hablábamos era una modificación de otros hablares que habían existido hacía muchos años. Que no sólo del latín, sino también del griego, del árabe y de otras muchas lenguas anteriores a la nuestra. Y que eso, el origen de una palabra, se llamaba –¡Uau!- etimología.
Desde ese día que la etimología ha despertado cierto interés en mí. No es nada obsesivo, ni siquiera como afición o estudio. Simplemente, cuando consulto un diccionario, me gusta saber el origen de cada palabra. El porqué.
Y hace un par de días, paseando por la páginas del diccionario, me crucé con Abracadabra. Dice el DRAE que es una “voz cabalística que se escribía en once renglones, con una letra menos en cada uno de ellos, de modo que formasen un triángulo, y a la cual se atribuía la propiedad de curar ciertas enfermedades”. Tal que así.
A B R A C A D A B R A
A B R A C A D A B R
A B R A C A D A B
A B R A C A D A
A B R A C A D
A B R A C A
A B R A C
A B R A
A B R
A B
A
También menciona que su origen está en Abraxas –aunque he leído que hay quien duda de éste-, del griego
αβραξας, cuyas letras suman el número 365.

Ahora podría decir que esa palabra me hizo recordar a
Hermann Hesse, que en su "Demian" nos muestra el símbolo. Pero no, eso fue después. Abraxas me hizo recordar algo que, aunque tiene que ver con la cultura, no tiene relación con la literatura ni mucho menos con la etimología. Me recordó a un
Carlos Santana que, en 1970, publicó junto a su banda el disco titulado Abraxas, el segundo de su prolífica carrera y sin duda su gran obra maestra. Recordé esa genial mezcla de rock, blues, jazz y sonidos latinos, aderezado con algo de psicodelia, que es probablemente el mejor disco de rock latino; sin duda el que marca el camino que otros seguirán más tarde. En mi opinión, la pieza “Samba pa ti”, compuesta por el propio Santana, con esa manera sublime de tocar la guitarra, es de una belleza insuperable. Roza la perfección.
(sugerencia de consumo)
Escuchando la bellísima Samba pa ti de Santana