martes, 28 de febrero de 2006
martes, 21 de febrero de 2006
Kind of Blue
No voy a engañarme, cualquier cosa que yo pueda decir de esta joya está ya dicha como una imagen que se refleja en un espejo frente a otro espejo, hacia el infinito. Porque es Miles Davis pero no sólo eso, porque también es John Coltrane; también es Bill Evans o "Cannonball" Adderley. Y porque es probablemente el mejor disco de jazz de todos los tiempos, el más vendido y (para una vez que coincido) el que más me gusta. El que nunca me canso de escuchar. Kind of Blue y sobran las palabras, pero pese a esta certeza, sigo.
Si un día alguien decide comenzar a escuchar jazz, este es el disco perfecto. Es sencillo, fácil por lo magistral, soberbio. Escuchas cada una de las piezas y tienes la absoluta certeza que no podría ser de otro modo, que es inmejorable porque es perfecta. Porque un día de 1959, concretamente el dos de marzo hará 47 años, un Miles Davis pletórico, en la cumbre de su talento, decidió conducir a toda una banda extraordinaria por un camino apenas esbozado, dejando a cada uno de ellos dar lo mejor de sí, creando sin saberlo un nuevo estilo basado en la improvisación. Y es que su talento era tal que todo le quedaba pequeño, tenía que salir, crear y recrear cosas nuevas continuamente. En Kind of Blue Miles va marcando los tiempos, ahora como solista, ahora desde el fondo, en sordina, y los demás lo acompañan. No lo siguen, lo acompañan en este magistral paseo, entreteniéndose, recreándose, saliendo de la melodía para volver a entrar, siempre alrededor de Miles pero siempre a su aire. Por eso es genial, porque es un quinteto de genios acompañados del mayor genio que ha dado la música del S.XX. Y es que el jazz es eso. No es un disco de Miles Davis aunque él sea el conductor, el alquimista que destiló la esencia. Es un disco de seis músicos en su mejor momento.
El disco se grabó en dos sesiones y en una de ellas se usó un aparato de grabación distinto. Éste grababa a distinta velocidad, pero el ingeniero de sonido no lo indicó en las cintas originales. Años después, ya en los noventa, en pleno proceso de remasterización de estas cintas, se dieron cuenta de este detalle. Es decir, se dieron cuenta de que durante más de treinta y cinco años, la copias vendidas de esta obra maestra, contenían un par de temas a mayor velocidad de la que sonó la música en ese estudio de grabación en 1959. Pero nadie se había dado cuenta, nadie se había quejado. ¿Para qué? Sonaban igual de bien.
Teléfono descolgado, luz tenue, un sillón cómodo donde recostarnos y una copa de nuestra bebida predilecta porque, señoras y señores, es ¡Miles Davis! Es Kind of Blue, la esencia del jazz y de la música.
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sábado, 18 de febrero de 2006
Momentos
En esta paradoja, la repetición no hará una muesca más profunda, al contrario. Estamos marcados por esos momentos que ocurrieron en un segundo. Los que se han repetido a lo largo de nuestra vida, los desayunos en la mesa de siempre, las esperas en el andén, todos los besos, todas las noches de bar en bar, todas las palabras dichas y escuchadas, todo eso está mezclado en un espeso magma oscuro e insondable. Son como un eco que se va repitiendo, repitiendo, repitiendo hasta perderse en el vacío de la nada. Supongo que eso es la rutina.
Mañana, pasado quizás, habré olvidado estas palabras escritas aquí, pero jamás, lo sé, jamás olvidaré la primera vez que me susurraron un te quiero al oído.
(sugerencia de consumo)
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viernes, 17 de febrero de 2006
Pintura
Y leo que no hubiesen existido tal como los conocemos si a mediados del S.XIX no se hubieran inventado los tubos metálicos para pintura.
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miércoles, 15 de febrero de 2006
Morderse la lengua
Ahora el Centro Virtual Cervantes, del Instituto Cervantes, los recoge bajo el título Morderse la lengua. Merece la pena darse un paseo.
Y paseando, recordé una foto que hice este diciembre pasado. Estaba en un restaurante cenando, me levanté para ir al baño y de camino vi este letrerito escrito a mano, pegado en la puerta de un armario.

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lunes, 13 de febrero de 2006
De santos y patronos
Mañana es catorce de febrero, festividad de San Valentín, que desde el país de las cursiladas empalagosas y ñoñas, de un tiempo a esta parte están convirtiendo en el día más empalagosamente cursi y ñoño. Pero aquí, en mi tierra, ya tenemos un día que tradicionalmente se ha relacionado con esa mezcla de hormonas hiperactivas y conexiones neuronales que llamamos amor para simplificar. Toda la gente que requiere de una excusa, tiene San Jordi para regalar un libro y una rosa. Porque aquí, San Valentín, ha sido siempre el patrón de los estafadores, estraperlistas y ladrones. Y como yo quiero mucho a mi tierra y me aferro a sus tradiciones, mando desde aquí mis más sinceras felicitaciones a todos los políticos, banqueros, agentes de seguros y consultores. Felicidades a todos.
(sugerencia de consumo)
sonando Alta Suciedad de Andrés Calamaro
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jueves, 9 de febrero de 2006
Intolerancia
Aquí en Europa nos ha costado muchos años, hemos sudado sangre para conseguir unas libertades a las que no vamos a renunciar, ni por ellos ni por nadie. No nos engañemos, que no se engañe nadie. Tolerar esto es poner trabas a la libertad, es estar de acuerdo con la barbarie. La libertad no entiende de matices. O hay libertad o no la hay, y punto. Me gustaría creer que en el islam no todos son iguales, que hay islas de intolerancia que son precisamente las que más ruido hacen. Pero es que hacen tanto ruido, tanto daño.
Y es que cuando la religión se inmiscuye en la vida pública –de eso aquí sabemos un rato, aunque afortunadamente no les hacemos demasiado caso- la cosa se corrompe y se pudre. Es como un espeso aceite imposible de diluir, que todo lo mancha.
(sugerencia de consumo)
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miércoles, 8 de febrero de 2006
Calçotada

Durante muchos años y hasta bien entrados los ochenta, esta tradición era conocida en la zona y poco más. Solía hacerse en garajes y masías particulares, para amigos y conocidos y comprándose los calçots directamente al payés. Y fue así como lo conocí yo. Cada año, hacia finales del mes de enero o principios de febrero, mi padre nos llevaba en coche hacia el sur, a la provincia de Tarragona, a cumplir con esta tradición. Recuerdo esos viajes entre campos de cultivo todavía en el letargo del invierno, por carreteras comarcales flanqueadas de almendros en flor. Qué belleza de descubrimiento, ese disfraz de árbol nevado.
Fue con los años que empezó a popularizarse y hasta ahora, que ya podríamos hablar del calçot como fenómeno social. Baste echar un vistazo al espectacular incremento de precio, a la par que ya se trata de un producto que podemos encontrar en cualquier verdulería o restaurante de Barcelona, algo impensable hace unos años.
La calçotada es una fiesta y un ritual. Las cebollas blancas, alargadas y sin limpiar de tierra, se colocan directamente en una parrilla sobre las llamas hasta que toda la parte exterior queda quemada. Entonces se retiran del fuego y se dejan sobre una teja o se envuelven en papel de periódico, a fin de mantenerlas calientes mientras se cuecen las restantes. Los calçots hay que comerlos de pie, en grupo y con una gran mesa en medio, cogiéndolos por la parte de los brotes y tirando (desenfundando) la cebolla tierna y blanca de la parte quemada. Esa cebolla se mojará en una especie de romesco, una salsa típicamente catalana a base de tomate, ajo, aceite, ñora, pimienta de cayena, sal, almendra y avellana picada, y se comerá levantando el brazo y dejándola entrar en la boca, mirando al cielo. Suele ser imprescindible hacerse con un babero de grandes dimensiones, pues uno queda tiznado de negro del hollín y manchado de salsa hasta los codos.
Tras este ritual, y ya con el fuego convertido en brasa, procedemos a asar la carne y butifarra que, acompañada de un buen vino de la tierra, será una digna segunda parte de tan magno festín.
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que este fin de semana, como cada año desde que tengo uso de razón, me voy de calçotada.
Bon profit!
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lunes, 6 de febrero de 2006
Transformaciones
Sentado –por ejemplo- en una cafetería, desde una mesa que nos permita una buena visión de la puerta de entrada, vemos dos tipos de persona. Una entra procurando no llamar la atención, discretamente, a menudo mirándose las puntas de los zapatos mientras camina hacia el interior de la cafetería. No mira a nadie directamente a la cara, mucho menos a los ojos. Se sentirá contrariada si la última mesa, la que se esconde tras la columna, está ocupada y, cuando el camarero repare en ella, pedirá uno solo en la barra con la vista puesta en la lista de cafés o en los titulares de un periódico olvidado a su lado. Tiene la extraña virtud de mimetizarse con el entorno, pasando de mesa en mesa de manera serpeante y sigilosa. Nadie la ve, nadie la percibe. Nunca estuvo allí. Todo sigue igual que cuando entró.
Y por el contrario tenemos a la persona que entra con la cabeza erguida. Se detiene en el umbral a observar el local, mesa por mesa y, una vez ha visto y ha sido vista por todos, entra orgullosa y con paso firme, sin titubeos, dando taconazos e imprimiendo su carácter. Cruzará toda la cafetería, entre las mesas con clientes que le cederán el paso, para coger un periódico que ha visto en el otro extremo y regresará a una mesa situada lo más centrada posible, preferiblemente junto a los grandes ventanales que dan a la calle. Con un imperceptible gesto atraerá a un camarero a su mesa. No pasó desapercibida para nadie. Es el tipo de persona que cuando entra en un sitio, todo lo cambia. Todo se transforma y ya nada es igual. Arranca una sonrisa, un leve movimiento, una pizca de celos, una inclinación de cabeza, una admiración. Incluso cuando marche permanecerá así.
Bien, pues ella es así. Todo lo transforma.
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sábado, 4 de febrero de 2006
Pedaleando
Hice esta foto en lo alto del parque. Me apena que sea tan desconocido para los habitantes de Barcelona, pues es hermoso, a la vez que me alegra por permitirme tranquilidad y soledad siempre que la necesito, como hoy.
(sugerencia de consumo)
Bunbury cantaba El Rescate
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miércoles, 1 de febrero de 2006
Lux
La estrecha y larga franja de nubes no hacía sino aumentar la sensación de presión y fuego, dejándose lamer los bordes por los postreros rayos del día que ya agonizaba en un atardecer majestuoso, dando la impresión de estar fundiéndose como nieve junto a una estufa de leña. Justo encima de esa agonizante franja de luz, la noche hacía acto de presencia con su gris y azulado frío de metal.
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