martes, 20 de noviembre de 2007

Antenas

Nunca rechazo una invitación para comer, y mucho menos cuando estoy en números rojos desde el día catorce. Por eso, un cuarto de hora después de recibir la llamada, estábamos los dos dando buena cuenta de nuestro plato de arroz a la cubana. Ella me estaba contando lo decepcionantes que pueden ser a veces las personas a tu alrededor cuando, sin previo aviso, ha emitido un grito apagado y con una agilidad digna de encomio sobretodo en alguien que calza zapatos de tacón, ha saltado hacia atrás pasando limpiamente el respaldo de la silla para caer con majestuoso porte al otro lado. Ríete tú del Fosbury y la Comaneci. Me la he quedado mirando, entre sorprendido y admirado, mientras ella fijaba la vista en un punto sobre la mesa con el rostro desencajado de terror. Ha sido entonces cuando he caído en la cuenta de que junto a su tenedor había una hermosa y simpática cucaracha tanteando con las antenas. Sin decir una sola palabra, se ha dirigido corriendo hacia la cocina para dar aviso del inesperado invitado, momento que ha aprovechado esta, que no tenía ni una antena de tonta, para subir por el tenedor que hacía de puente colgante camino del apetecible plato de arroz. Yo he bebido un trago de vino y he seguido comiendo, que esto frío no vale nada.

El camarero no ha tardado ni un minuto en venir a la mesa y recoger el plato con la derecha, mientras que con la izquierda atrapaba a la pobre cucaracha entre los dedos índice, corazón y pulgar, que no ha llegado a saborear ni siquiera el tomate que había en el borde del plato. Ya más calmada, mi amiga se ha sentado de nuevo a la mesa y en poco tiempo tenía otro plato. Ningún comensal vecino ha parecido darse cuenta de lo que había ocurrido. Al final nos han invitado a los cafés. Y eso que no hemos montado ningún escándalo, lo que me ha recordado esa escena de “Víctor o Victoria” en la que, para evitar la cuenta del restaurante, llevan una cucaracha en una cajita. El plan es soltarla sobre la mesa cuando ya estén saciados, montar un buen escándalo y largarse sin pagar. Habida cuenta de mi situación financiera, ahora me jode no haberlo recordado antes. Me habría guardado la cucaracha para otra ocasión.

5 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Yo que usted me tomaría sus fobias en serio, sobre todo en los lugares en los que nuestras opiniones puedan llegar a sus oídos.

arrebatos dijo...

En esta ocasión no se trata de nuestra ex-japonesa, aunque bien podría haberlo sido. Así que me tomaré en serio esas fobias.
Empiezo a creer que la atracción que sienten estos adorables bichitos por ellas es directamente proporcional a la fobia que sienten. Caso de estudio.

pitima dijo...

¿La cucarachas comen arroz?
Yo no he visto comer nunca a una cucaracha. Al parecer todo lo hacen a oscuras (seguro que son malas malísimas, para tener que hacerlo todo con nocturnidad...). Creo que todas las que tenemos fobia a estos "simpáticos antenados", pensamos lo mismo cuando vemos una: Dios Mío, si ésta ya se deja ver.. habrá cientos de miles de millones acechando en sus escondrijos... Y además: ¡qué asco!

Nepomuk dijo...

Bueno, sí... pero recuerda también el desenlace de la situación en la película.

La única que sale tal cual entra, es la cucaracha.

arrebatos dijo...

Tienes razón Nepomuk, pero es que a ellos dos creo que ya los tienen muy vistos... En fin, habría que depurar la técnica.