Amarante
El tren avanza remontando el Douro pegado a su orilla norte, como siguiendo un camino de sirga. Es un tren de vía estrecha, de un solo vagón. Desde su interior, con su doble hilera de asientos emparejados separados por el pasillo central y al fondo a la izquierda el asiento del conductor, el traqueteo sobre los raíles es la única pista que tenemos para no confundirlo con un autobús. Este, como el que hemos abandonado con prisas en Livraçao entre jirones de un sueño roto bruscamente, es también de gasoil.
Dejamos Porto atrás, con sus colores reflejados en el río, sus bodegas de Porto y sus terrazas de verano, pero también dejamos atrás la miseria, el abandono y la tristeza para hacer parada y fonda en Amarante, en una habitación con una terraza luminosa y floreada colgada sobre el río. Pondré vino a enfriar para celebrarlo.
Aquí en el tren-bus los rostros están sonrosados de sol y sonrientes. Las conversaciones de los pasajeros entre ellos o con el revisor son animadas y salpicadas de risas. A mi lado se sienta una mujer de unos sesenta años, pelo ceniza recogido con un sencillo moño en la nuca y aspecto sano y fuerte, de piel curtida y poblado bigote. Viste riguroso luto. Se descalza y cruza su bastón entre dos banquetas para apoyar unos pies compactos, cortos y anchos, de uñas trasquiladas. Después cubre sus piernas desnudas bajo sus rodillas con un chal de lana, también negro. Con su brazo derecho extendido retira la cortinilla y deja que su mirada se pierda entre el paisaje. Allá abajo, encajado por una estrecha alameda, entre pinos que trepan por las colinas moteadas de pequeñas parcelas de viñedos, retrocede solemne el Támega, amplio y tranquilo, sus verdes aguas apenas lamiendo sus orillas. Va a reunirse con su hermano mayor el Douro, pero sin prisa. Sonrío y pienso que ahora, lo que más me apetece en este mundo es descorchar una botella de vino y tomarla contigo con los pies en remojo.
He descorchado una botella de Tellu’s, tinto de la denominación de origen Douro, joven y afrutado, que tengo al fresco en una regadera. Lo tomo sin prisas mientras escribo estas anotaciones. Ante mí Amarante me ofrece una de sus más hermosas postales: La iglesia con su plaza y el puente de piedra, con su arco de medio punto, ahora iluminado con faroles, que el río me devuelve en reflejo simétrico formando una circunferencia completa bajo sus aguas, que se deslizan sin rizos ni ondulaciones, como un espejo. Tenemos la mejor habitación de Amarante. Sólo me faltas tú, pero ahora lees en la cama mientras yo lleno una sola copa.
Dejamos Porto atrás, con sus colores reflejados en el río, sus bodegas de Porto y sus terrazas de verano, pero también dejamos atrás la miseria, el abandono y la tristeza para hacer parada y fonda en Amarante, en una habitación con una terraza luminosa y floreada colgada sobre el río. Pondré vino a enfriar para celebrarlo.
Aquí en el tren-bus los rostros están sonrosados de sol y sonrientes. Las conversaciones de los pasajeros entre ellos o con el revisor son animadas y salpicadas de risas. A mi lado se sienta una mujer de unos sesenta años, pelo ceniza recogido con un sencillo moño en la nuca y aspecto sano y fuerte, de piel curtida y poblado bigote. Viste riguroso luto. Se descalza y cruza su bastón entre dos banquetas para apoyar unos pies compactos, cortos y anchos, de uñas trasquiladas. Después cubre sus piernas desnudas bajo sus rodillas con un chal de lana, también negro. Con su brazo derecho extendido retira la cortinilla y deja que su mirada se pierda entre el paisaje. Allá abajo, encajado por una estrecha alameda, entre pinos que trepan por las colinas moteadas de pequeñas parcelas de viñedos, retrocede solemne el Támega, amplio y tranquilo, sus verdes aguas apenas lamiendo sus orillas. Va a reunirse con su hermano mayor el Douro, pero sin prisa. Sonrío y pienso que ahora, lo que más me apetece en este mundo es descorchar una botella de vino y tomarla contigo con los pies en remojo.
He descorchado una botella de Tellu’s, tinto de la denominación de origen Douro, joven y afrutado, que tengo al fresco en una regadera. Lo tomo sin prisas mientras escribo estas anotaciones. Ante mí Amarante me ofrece una de sus más hermosas postales: La iglesia con su plaza y el puente de piedra, con su arco de medio punto, ahora iluminado con faroles, que el río me devuelve en reflejo simétrico formando una circunferencia completa bajo sus aguas, que se deslizan sin rizos ni ondulaciones, como un espejo. Tenemos la mejor habitación de Amarante. Sólo me faltas tú, pero ahora lees en la cama mientras yo lleno una sola copa.
2 comentarios:
casi se te ha olvidado comentar la consulta telefónica internacional a nuestro sabio particular para preguntarle una duda existencial-etimológica del tipo:
si su hija es homosexual, la pareja de su hija es nuera o yerna?
si su hijo es homosexual, la pareja de su hijo es nuero o yerno?
¡Cierto! Y la cuestión no es baladí. Habrá que consultar a la Ministra de la cosa esta de inventar palabras/os igualitarias/os.
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