viernes, 16 de septiembre de 2005

Autoengaño

"Qué frío bárbaro hace", se dijo Oliveira que creía en la eficacia de la autosugestión. El sudor le chorreaba desde el pelo a los ojos, era imposible sostener un clavo con la torcedura hacia arriba porque el menor golpe del martillo lo hacía resbalar en los dedos empapados (de frío) y el clavo volvía a pellizcarlo y a amoratarle (de frío) los dedos. Para peor el sol empezaba a dar de lleno en la pieza (era la luna sobre las estepas cubiertas de nieve, y él silbaba para azuzar a los caballos que impulsaban su tarantás), a las tres no quedaría un solo rincón sin nieve, se iba a helar lentamente hasta que lo ganara la somnolencia tan bien descrita y hasta provocada en los relatos eslavos, y su cuerpo quedara sepultado en la blancura homicida de las lívidas flores del espacio. Estaba bien eso: las lívidas flores del espacio. En ese mismo momento se pegó un martillazo de lleno en el dedo pulgar. El frío que lo invadió fue tan intenso que tuvo que revolcarse en el suelo para luchar contra la rigidez de la congelación. Cuando por fin consiguió sentarse, sacudiendo la mano en todas direcciones, estaba empapado de pies a cabeza, probablemente de nieve derretida o de esa ligera llovizna que alterna con las lívidas flores del espacio y refresca la piel de los lobos.

Rayuela. Capítulo 41 (fragmento)
Julio Cortázar


Lo mismo que a Horacio Oliveira (¿ho hera Oracio Holiveira?), a mi también me resulta más sencillo creerme la mentira que afrontar la realidad. Más aún cuando la mentira me la digo yo mismo.

1 comentario:

cecilia dijo...

Este Julio... Qué increíble

Gracias por regalarnos este fragmento... Me recordó el tema de los tablones entre los dos edificios y Talita en el aire...
Este Julio... Qué increíble