De cumbres o cómo malgastar
Como era de esperar ha sido un rotundo fracaso, por mucho que lo quieran revestir de ornamentos como un arbolito de navidad. Si ya per se resulta difícil ponerse de acuerdo con una docena de amigos, tratándose de treinta y cinco jefes de estado y de gobierno, con sus intereses particulares y generalmente encontrados y enconados, rivalidades y odios enquistados resulta a todas luces imposible. Y la desconfianza. La eterna desconfianza norte-sur, rico-pobre y viceversa, amén de los profundos fosos aislantes que avivan las religiones.
El resultado vendría a ser una analogía al maltratado e ignorado protocolo de Kioto. Según la clase política asistente a tan magno evento, se ha alcanzado un acuerdo. Un acuerdo de mínimos dicen los más honestos. O lo que es lo mismo –ya sabemos de la facilidad con que echan mano de eufemismos-, han firmado papel mojado. Acuerdos vagos e inconcretos que a nadie comprometen. Fantástico.
No puedo ni llegar a imaginar la ingente, la insultante cantidad de dinero que se ha malgastado en llegar a esos papeles mojados. Teniendo en cuenta los tantos jefes de estado, consejeros, ministros, expertos en la materia, traductores, guardaespaldas, ejército, policía, guardia civil, hoteles, dietas, comidas –eso no lo perdonan, que al McDonald’s no creo que los lleven a comer-, taxis, prostitutas –habrán tenido que recurrir a las ETT-, alquiler de vehículos y de salas de conferencias, vuelos de ida y de vuelta, etc. En fin, que prefiero no saberlo.
La única repercusión que ha tenido tamaño desaguisado ha sido inmediata y, en el caso de los habitantes de Barcelona, negativa. Calles cortadas, carriles de autopista reservados a los señores ministros, controles policiales, etc. Resultado: colas quilométricas de automóviles para entrar o salir de la ciudad. Y digo yo, ¿no podrían, en adelante, organizar estas fantochadas en un portaaviones en medio del Mediterráneo? O eso o en los Monegros, pero coño, que nos dejen vivir en paz. 

Me he servido una copa de vino que una amiga, conocedora de mis gustos, me trajo de Oporto. Su dulce calor me atempera levemente el cuerpo bajando por la garganta, mientras espero que la calefacción cumpla con su cometido. Lo acompaño con unas galletas caseras de almendras. Busco en las estanterías donde guardo la música algo que me ayude a pasar las horas, que las convierta en fugaces. Cojo uno, lo pongo sobre el giradiscos, levanto el brazo con la aguja y lo dejo cuidadosamente al inicio del surco. Inmediatamente empieza a sonar Perdido exactamente del mismo modo –más frío y distante- que sonó en el 






Es por ese motivo que te deseo tanto. Es por eso que mis dedos se pierden en los rizos de tu cabello. Es por eso que el tiempo se detiene mirándote cuando duermes. Es por eso que respiro el perfume de tu pelo. Es por eso que venero el sabor de tu piel. Es por eso que evoco la ternura de tus labios. Es por eso que me pierdo en el fulgor de tu mirada. Es por eso que me ahogo en la corriente de tus lágrimas. Es por eso que te arrebato la intimidad a través de la cortina de la ducha. Y es por eso que el miedo se inyecta en mis venas y un desagradable hormigueo se apodera de mis brazos cuando, levantando la mirada a través del humo de tu cigarrillo, sin un atisbo de sonrisa en tus labios, me dices tenemos que hablar.










