De cumbres o cómo malgastar
Como era de esperar ha sido un rotundo fracaso, por mucho que lo quieran revestir de ornamentos como un arbolito de navidad. Si ya per se resulta difícil ponerse de acuerdo con una docena de amigos, tratándose de treinta y cinco jefes de estado y de gobierno, con sus intereses particulares y generalmente encontrados y enconados, rivalidades y odios enquistados resulta a todas luces imposible. Y la desconfianza. La eterna desconfianza norte-sur, rico-pobre y viceversa, amén de los profundos fosos aislantes que avivan las religiones.
El resultado vendría a ser una analogía al maltratado e ignorado protocolo de Kioto. Según la clase política asistente a tan magno evento, se ha alcanzado un acuerdo. Un acuerdo de mínimos dicen los más honestos. O lo que es lo mismo –ya sabemos de la facilidad con que echan mano de eufemismos-, han firmado papel mojado. Acuerdos vagos e inconcretos que a nadie comprometen. Fantástico.
No puedo ni llegar a imaginar la ingente, la insultante cantidad de dinero que se ha malgastado en llegar a esos papeles mojados. Teniendo en cuenta los tantos jefes de estado, consejeros, ministros, expertos en la materia, traductores, guardaespaldas, ejército, policía, guardia civil, hoteles, dietas, comidas –eso no lo perdonan, que al McDonald’s no creo que los lleven a comer-, taxis, prostitutas –habrán tenido que recurrir a las ETT-, alquiler de vehículos y de salas de conferencias, vuelos de ida y de vuelta, etc. En fin, que prefiero no saberlo.
