viernes, 4 de noviembre de 2005

Kurtz

Marlon Brando en su papel de capitán Kurtz






Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro:
“¡Ah, el horror! ¡El horror!”


Francis Ford Coppola puso estas palabras en boca de su capitán Kurtz –encarnado magistralmente por Brando- en Apocalipse Now, una denuncia de las atrocidades cometidas durante la guerra de Vietnam. Casi ochenta años antes, Joseph Conrad había escrito estas mismas palabras en su asfixiante Heart of Darkness (El Corazón de las Tinieblas) también para denunciar otras atrocidades.
De origen ucraniano, en 1886 adopta la nacionalidad británica, y como oficial de la marina inglesa viaja al Estado Autónomo del Congo en 1889, regresando en 1890. Sin duda ese horror del capitán Kurtz lo vivió él mismo en sus carnes, plasmándolo en 1902 en forma de novela.

El periodista y aventurero Henry Morton Stanley, cuyo verdadero nombre era John Rowlands, ha pasado a la historia por –¿Doctor Livingston supongo?- ser uno de los más grandes exploradores de todos los tiempos. Pero poco se conoce su faceta de ser brutal y despiadado, de gatillo fácil.
Abandonado por su familia a los seis años, emigra a los Estados Unidos donde tendrá varios empleos y adoptará varios nombres. A su vez, luchará tanto del lado de los confederados como del lado de la unión. Más tarde es contratado como periodista y enviado a cubrir la guerra de Etiopía contra los británicos.

En 1871 le encargan la casi imposible tarea de encontrar al doctor Livingston, de quien no se tiene noticia desde hace varios meses, y a quien encuentra en el lago Tanganika ocho meses más tarde. La fama que le reporta esta hazaña le sirve para que le financien una expedición al nacimiento del Nilo. Tres años más tarde llega a la desembocadura del Río Congo sin haber cumplido su objetivo, después de haber dejado por el camino a la mayor parte –más de 300 personas- de los miembros de su expedición. Esto le reporta mala fama de expeditivo y especialmente maltratador de los porteadores de raza negra, cayendo en desgracia.

Esta circunstancia la aprovechará el rey Leopoldo II de Bélgica quien, ávido de poder y riquezas, intenta emular a los otros monarcas europeos y hacerse con colonias en el continente africano. Financiado por el monarca belga, entre 1879 y 1884 Stanley recorre el río Congo y firma diversos tratados fraudulentos con gobernantes africanos, siempre en nombre de la Asociación Internacional del Congo, la tapadera del rey. Ese mismo año –1884- empieza la construcción del ferrocarril para facilitar el expolio.

Mientras en Europa el monarca iba enmascarando su ambiciosa aventura como obra altruista y civilizadora, consiguiendo de este modo financiación y préstamos de varias empresas y del propio estado belga, en África expropiaba tierras a los pueblos congoleños y se servía de su ejército privado para infringir todo tipo de atrocidades y torturas, asesinatos y secuestros, sometiendo a poblaciones enteras a la esclavitud para su propio beneficio. Creó su propia empresa de extracción de caucho y marfil y concedió tierras a empresas privadas a cambio de una parte de sus ganancias, convirtiéndose de este modo en uno de los hombres más ricos del mundo.

Negras figuras deambulaban indiferentes, echando agua sobre el fuego, de donde salía un sonido sibilante; el humo ascendía bajo la luz de la luna; el negro apaleado gemía en alguna parte. “¡Qué escándalo arma ese animal! –dijo el infatigable hombre de los bigotes, apareciendo junto a nosotros-. Le está bien empleado. Falta, castigo, ¡bang! Sin piedad, sin piedad. Es la única forma.”

Las denuncias que un misionero americano, G. W. Willians, hiciera en 1890 no cuajaron hasta 1900, cuando empezaron a publicarse en prensa de la mano de Joseph Conrad y Mark Twain, pero sobretodo por los informes de Edmund Dene Morel, informaciones y relatos que hicieron estallar un escándalo en Europa. No fue hasta 1908, y debido a las presiones internacionales, que el parlamento belga obligó a su rey a ceder sus dominios (pues eran de su exclusiva propiedad) al estado belga, quien ejerció su autoridad en la zona, pasándose a llamar Congo Belga.

En esos casi treinta años de dominio, el rey Leopoldo II de Bélgica torturó, mutiló y expulsó a millones de seres humanos, dejando un rastro de entre cinco y ocho millones de muertos. Se podría decir sin miedo a equivocarse que fue el artífice del primer genocidio documentado. Años más tarde, los ideólogos del tercer reich se inspiraron en estas atrocidades para su solución final.

Basta echar un vistazo a lo que sucede ahora mismo en Darfur (Sudán) para ver que el ser humano no ha cambiado en miles de años.

“¡Ah, el horror! ¡El horror!”


En cursiva fragmentos de:
El Corazón de las Tinieblas
Joseph Conrad
(trad. Araceli García Ríos e Isabel Sánchez Araujo)

2 comentarios:

Rain (Virginia M.T.) dijo...

"El horror tiene cara".


Es una aprte de la historia, terrible, y ahora la conozco, gracias a ti.

Celia dijo...

me hizo gracia, hace poco, al ver la película King Kong. La nueva.

Salía un muchacho, medio mozo del barco, medio polizón, al que le obligaban a leer para que no se echara a perder.
Se estaba leyendo el Corazón de las Tinieblas.
Hubo un momento que dijo: "esto no es un libro de aventuras".