domingo, 19 de marzo de 2006

Costumbres de acá (II)

En una gran ciudad todo trascurre deprisa, sin tiempo para pensar en ello. Uno amanece corriendo después de dormir a toda prisa, para ducharse mientras silba el éxito de la temporada durante los dos minutos y treinta y cuatro segundos que dura (la ducha y el éxito de temporada). Engulle un cruasán empujado de un trago, garganta abajo, por un café con leche demasiado caliente mientras lee los titulares de prensa –nunca el artículo- de un periódico que mañana ya no servirá. Coge el transporte público a toda prisa y llega al trabajo.
Sabedor de este ritmo frenético, de esta imposibilidad de detenerse a ver pasar el tiempo y a conversar de banalidades con el conciudadano, el ciudadano ha ingeniado un aparato para paliar esta deficiencia: el ascensor. El ciudadano sabe de las ventajas de subir a pie las escaleras, pero las sacrifica en pro del ascensor y lo toma para poder conversar banalmente con su compañero de trayecto sobre, por ejemplo, el tiempo. Hace frío hoy. Sí, mucho… Es el invierno. Sí, el invierno.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

SI nos descuidamos ya ni nos da tiempo a respirar.

anónima dijo...

jajaja me encanta

El Piscuis dijo...

Cierta vez, en un viaje de estudios, viniendo del interior, de donde soy, tuvimos que esperar 6 hs. una combinación de trenes en Baires. Hicimos una pila conlos bolsos de todos y algunos nos quedamos a cuidar mientras el resto vagaba por los alrededores. Ese día aprendí a tener una paciencia estoica...