En vías de extinción
Esta tarde he salido a pasear un rato por el barrio. Llevaba todo el día en casa y empezaba a tener la sensación de estar contando pasos como un preso en su celda. Como no tenía adonde ir ni qué hacer, me he limitado a callejear y observar los comercios por los que iba pasando. He vuelto con un buen botín de negocios en vías de extinción, a saber: Un par de zapateros, a escasos cincuenta metros el uno del otro, con su delantal de cuero negro, tan negro como sus manos; una mercería, de esas con cajitas tapizando las paredes, puntillas y botones en el escaparate y una viejecita tras un mostrador de madera con un cristal a modo de tablero, bajo el cual exhibe su género variopinto; dos carpinterías, una de las cuales tenía la puerta abierta y he podido ver un suelo lleno de serrín, virutas y retales de madera y grandes tablones de distintos tipos y medidas apoyados contra una pared; una bodega de las de antes, con la procedencia del vino (Gandesa, Jumilla, Cariñena, etc.) y el precio escrito con tiza en enormes toneles de madera, montados sobre una estructura también de madera; y por último una cordelería, que es la que más me ha llamado la atención, ya no por el aspecto, muy modesto, sino por el hecho en sí. ¿Se puede vivir de vender cordeles? Pues parece ser que sí.
Aparte de estos, dentro de la categoría de locales curiosos, incluyo dos iglesias evangelistas y otra de los testigos de Jehová, muy concurrida esta última; un club para jugar al scalextric, brillante idea si se tiene en cuenta el tamaño de los pisos de hoy en día, y una librería en la que sólo venden libros sobre hadas, duendes y princesas, de autoayuda o de Coelho (valga la redundancia) y algún que otro best seller, que el negocio es el negocio.
A modo de anécdota, apuntar que justo debajo de mi casa han abierto un estanco. Es curioso, o por lo menos a mí me lo ha parecido. Siempre he pensado que los estancos habían estado ahí toda la vida. Que, como la energía, no se crean ni se destruyen. Para mí es una buena noticia, pues ya no tendré que sufrir la desgana con la que atienden su estanco (el otro estanco, el de toda la vida) la dependienta y su señora madre, ambas sin sangre en las venas.
(sugerencia de consumo)
J'attendrai, de Django Reinhardt y Stéphane Grappelli
Aparte de estos, dentro de la categoría de locales curiosos, incluyo dos iglesias evangelistas y otra de los testigos de Jehová, muy concurrida esta última; un club para jugar al scalextric, brillante idea si se tiene en cuenta el tamaño de los pisos de hoy en día, y una librería en la que sólo venden libros sobre hadas, duendes y princesas, de autoayuda o de Coelho (valga la redundancia) y algún que otro best seller, que el negocio es el negocio.
A modo de anécdota, apuntar que justo debajo de mi casa han abierto un estanco. Es curioso, o por lo menos a mí me lo ha parecido. Siempre he pensado que los estancos habían estado ahí toda la vida. Que, como la energía, no se crean ni se destruyen. Para mí es una buena noticia, pues ya no tendré que sufrir la desgana con la que atienden su estanco (el otro estanco, el de toda la vida) la dependienta y su señora madre, ambas sin sangre en las venas.
(sugerencia de consumo)
J'attendrai, de Django Reinhardt y Stéphane Grappelli
2 comentarios:
Me has traido a la memoria la vieja tienda de ultramarinos,desaparecida hace muchos años,donde solía comprar cuando era pequeña.Recuerdo su vieja báscula,usada constantemente, y la lentitud en atender a cada persona...
Imagino que por aquel entonces no existía eso que,hoy, llamamos estrés...
Por cierto, una música muy original.
Saludos.
Cerca de casa de mis padres había un comercio de pesca salada, con sus pilas de mármol con bacalao en remojo y sus enormes fuentes de legumbres cocidas. A veces me acercaba sólo a comprar unos garbanzos, que te los ponían en un cucurucho de papel, para ir comiéndolos por la calle.
Quedan muy pocas ya.
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