Sobre la condición humana
Después de comer he ido a coger el metro (no siempre voy en taxi) para volver a casa. Me fastidia llegar justo para ver cómo me cruzo con todo el gentío que acaba de bajar del tren y forma largas colas para subir por las escaleras mecánicas. Eso significa que tendré que esperar todo el intervalo entre un tren y el siguiente. Son tres minutos escasos, pero es ese margen de tiempo que uno no sabe cómo aprovechar.
De todos modos, y puesto que no hay mal que por bien no venga, reconozco que la situación (yo empiezo a bajar, mientras los demás empiezan a subir) me agrada, pues me ofrece una perspectiva privilegiada para disfrutar de un hermoso ramillete de escotes vistos desde arriba. Tampoco es para despreciar la situación, cuando salgo del metro por las mañanas, y frente a mis pupilas sube las escaleras una mujer moviendo con elegancia sus hermosas piernas bajo una minifalda modelo cinturón. A menudo esta panorámica ha diluido mi somnolencia incluso antes del primer café.
Pero no era esto lo que quería anotar aquí, me voy por los cerros de Úbeda. La cuestión es que cuando he llegado al andén, en los paneles luminosos anunciaban que el siguiente tren no admitía pasaje, algo que me ha contrariado todavía más, pero que he aceptado con resignación sentándome a esperar. Poco antes de que entrara en la estación, por megafonía han anunciado lo mismo, repetidamente: este tren no acepta pasaje. Ha entrado, con las luces apagadas y la megafonía todavía advirtiendo de la situación. Pese a todo, la mayoría de la gente que esperaba en el andén, se ha abalanzado hacia el tren para presionar el botón que abre las puertas. Viendo que no se abrían, se miraban unos a otros desconcertados. Escudriñaban el interior oscuro de los vagones y se giraban en dirección a la cabeza del convoy, en actitud interrogativa. Incluso nos miraban sin comprender a los pocos que nos hemos quedado sentados. Por megafonía, una voz seguía anunciando que el tren no admitía pasaje, mientras los paneles luminosos advertían de lo mismo.
Finalmente se ha marchado de vacío. Tan vacío como las mentes de muchos de los que ahí estaban. Si es que estaban ahí.
De todos modos, y puesto que no hay mal que por bien no venga, reconozco que la situación (yo empiezo a bajar, mientras los demás empiezan a subir) me agrada, pues me ofrece una perspectiva privilegiada para disfrutar de un hermoso ramillete de escotes vistos desde arriba. Tampoco es para despreciar la situación, cuando salgo del metro por las mañanas, y frente a mis pupilas sube las escaleras una mujer moviendo con elegancia sus hermosas piernas bajo una minifalda modelo cinturón. A menudo esta panorámica ha diluido mi somnolencia incluso antes del primer café.
Pero no era esto lo que quería anotar aquí, me voy por los cerros de Úbeda. La cuestión es que cuando he llegado al andén, en los paneles luminosos anunciaban que el siguiente tren no admitía pasaje, algo que me ha contrariado todavía más, pero que he aceptado con resignación sentándome a esperar. Poco antes de que entrara en la estación, por megafonía han anunciado lo mismo, repetidamente: este tren no acepta pasaje. Ha entrado, con las luces apagadas y la megafonía todavía advirtiendo de la situación. Pese a todo, la mayoría de la gente que esperaba en el andén, se ha abalanzado hacia el tren para presionar el botón que abre las puertas. Viendo que no se abrían, se miraban unos a otros desconcertados. Escudriñaban el interior oscuro de los vagones y se giraban en dirección a la cabeza del convoy, en actitud interrogativa. Incluso nos miraban sin comprender a los pocos que nos hemos quedado sentados. Por megafonía, una voz seguía anunciando que el tren no admitía pasaje, mientras los paneles luminosos advertían de lo mismo.
Finalmente se ha marchado de vacío. Tan vacío como las mentes de muchos de los que ahí estaban. Si es que estaban ahí.
3 comentarios:
Regla de Uso:
para estar, tendría que alguien avisarles por megafonía que están.
Qué sencillo.
Después de escuchar los dos movimientos del concierto de Aranjuez (y sin que recuerde la secuencia lógica que me llevó de una cosa a la otra) me sorprendí con el requiem de Gabriel Fauré sonando en mis altavoces...
Abriré una investigación con mi almohada para esclarecer este hecho y depurar responsabilidades, porque hacía lo menos cinco años que no ponía ese réquiem.
Sólo escuchamos lo que queremos oir...
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