Córdoba (II). La cena
Tengo el hábito, vicio o virtud de guardar el recuerdo de los sitios que visito por los platos que he comido. Bajo estas premisas, sin duda que el recuerdo de Córdoba ha sido muy bueno aunque, para qué engañarnos, no me esperaba menos. Estuve hace seis o siete años en el “Caballo Rojo”, uno de esos restaurantes que son referente en la ciudad. Mi intención era repetir, pero callejeando tropezamos con “Casa Pepe de la Judería”, que también conocía por las tapas que sirven en el bar, especialmente las berenjenas rebozadas con miel. Resumiendo, fue excelente, un feliz acierto. Y no sólo por la deliciosa –y descomunal– media ración de rabo de toro estofado, la ensalada de quesos o las varias tapitas que pedimos. Fue por eso y por la eficacia y simpatía del servicio, por el entorno agradable y un largo etcétera de cuidados detalles que lo convierten en una cita obligada en Córdoba.
Le preguntamos por algunas tapas al camarero. Él nos las describía y nosotros las pedíamos. Así hasta cuatro o cinco tapas –entre ellas mis adoradas berenjenas– y dos medias raciones que, insisto, eran pantagruélicas. A medida que ibamos pidiendo, él iba abriendo los ojos de par en par hasta que, con una ceja arqueada, me soltó un “vale ya ¿no?”. Me lo quedé mirando, me soné los mocos y le respondí que sí, que vale ya. Acto seguido me ofrecía una interminable carta de vinos, con docenas de denominaciones de origen y algunos centenares de referencias, desde los 10 hasta los 200 ó 300 maravedíes la pieza. Nos decantamos por un Orot crianza, de Toro, que entró de maravilla.
Ante semejante despliegue de platos, postre incluido, en Barcelona nos habrían abierto un crédito hipotecario a un módico interés para pagar en cómodos plazos, pero aquí todo quedó arreglado por 55 euros, de los cuales 20 fueron para el vino.
Le preguntamos por algunas tapas al camarero. Él nos las describía y nosotros las pedíamos. Así hasta cuatro o cinco tapas –entre ellas mis adoradas berenjenas– y dos medias raciones que, insisto, eran pantagruélicas. A medida que ibamos pidiendo, él iba abriendo los ojos de par en par hasta que, con una ceja arqueada, me soltó un “vale ya ¿no?”. Me lo quedé mirando, me soné los mocos y le respondí que sí, que vale ya. Acto seguido me ofrecía una interminable carta de vinos, con docenas de denominaciones de origen y algunos centenares de referencias, desde los 10 hasta los 200 ó 300 maravedíes la pieza. Nos decantamos por un Orot crianza, de Toro, que entró de maravilla.
Ante semejante despliegue de platos, postre incluido, en Barcelona nos habrían abierto un crédito hipotecario a un módico interés para pagar en cómodos plazos, pero aquí todo quedó arreglado por 55 euros, de los cuales 20 fueron para el vino.
3 comentarios:
Pues llevas razón,será que algo parecido disfruto y siento cuando salgo a tapear con los amigos,perdiéndome por esos lugares para ir sin prisas,en estos rincones maravillosos de mi ciudad,lindante con Córdoba.
Estoy contigo,las berenjenas con miel ,aunque esté feo hacerlo,están para chuparse los dedos... :-)
Un abrazo,me alegro que disfrutes por mi tierra,amigo.
Pues sí, no la frecuento, pero cuando he ido la he disfrutado al máximo. De todos modos (por un euro cada respuesta) dime lugares de este país en los que no se pueda comer bien... tictac tictac tictac
Te doy toda la razón...tic-tac-tic-tac... ;-)
También será que tenemos buena boca jaja...Un abrazo.
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