La economía está triste ¿Qué tendrá la economía?
La economía está triste ¿Qué tendrá la economía?
A mí, lo reconozco, esto de la economía es algo que va más allá de mi comprensión. Ni siquiera soy capaz de saber cuanto dinero me haría falta para llegar a cero a final de mes. Conceptos como precio del dinero, desaceleración o inflación carecen de sentido para mí, tanto como pecado original, santísima trinidad o propósito de enmienda. En realidad siempre me ha parecido una religión oscurantista, absolutista e hipócrita con la que prefiero tener el menor contacto posible.
Pero resulta que la bolsa cae –o pierde, o retrocede o se desacelera, que para gustos colores– y parece que un continente entero haya desaparecido bajo las aguas. Y todo porque algo tan insustancial como las cotizaciones se ha venido abajo por algo tan vago como la desconfianza de los mercados. Que supongo, nada tiene que ver con el mercado donde yo compro la fruta, que si no me gustan las naranjas de una frutería, me voy a la otra.
Es que tiene guasa la cosa. Cuando suben las acciones, todos están contentos porque ganan dinero. Dinero que, por otra parte, no existe. Porque cómo vas a vender ahora que está subiendo. No, claro, ahora nadie vende. Tienes mucho dinero pero no ves un duro. Viene a ser algo así como mi piso. Me felicitaban porque ahora valía más que cuando lo compré, ergo había ganado un montón de pasta. Y después me decían que tenía que venderlo porque de lo contrario iba a perder dinero. Parece que ninguno de estos economistas entiende que yo me compré el piso para vivir en él, fíjate tú qué estupidez.
Y me irrita, ahora que la bolsa ha caído en picado, escuchar al ministro de turno decir que están siguiendo con atención la evolución del mercado por si tienen que intervenir, es decir, por si tienen que meter pasta para que los señoritos sigan jugando. O que la reserva federal del otro lado del atlántico debe actuar rápidamente para apuntalar los mercados. Que es una manera como cualquier otra de definir el capitalismo: unos pocos capitalizan los beneficios, mientras que se socializan las pérdidas. O lo que es lo mismo, que da igual si juegas o no, porque igualmente te tocará pagar. Además de cornudo, apaleado. Y pon buena cara, que todavía podría ser peor.
A mí, lo reconozco, esto de la economía es algo que va más allá de mi comprensión. Ni siquiera soy capaz de saber cuanto dinero me haría falta para llegar a cero a final de mes. Conceptos como precio del dinero, desaceleración o inflación carecen de sentido para mí, tanto como pecado original, santísima trinidad o propósito de enmienda. En realidad siempre me ha parecido una religión oscurantista, absolutista e hipócrita con la que prefiero tener el menor contacto posible.
Pero resulta que la bolsa cae –o pierde, o retrocede o se desacelera, que para gustos colores– y parece que un continente entero haya desaparecido bajo las aguas. Y todo porque algo tan insustancial como las cotizaciones se ha venido abajo por algo tan vago como la desconfianza de los mercados. Que supongo, nada tiene que ver con el mercado donde yo compro la fruta, que si no me gustan las naranjas de una frutería, me voy a la otra.
Es que tiene guasa la cosa. Cuando suben las acciones, todos están contentos porque ganan dinero. Dinero que, por otra parte, no existe. Porque cómo vas a vender ahora que está subiendo. No, claro, ahora nadie vende. Tienes mucho dinero pero no ves un duro. Viene a ser algo así como mi piso. Me felicitaban porque ahora valía más que cuando lo compré, ergo había ganado un montón de pasta. Y después me decían que tenía que venderlo porque de lo contrario iba a perder dinero. Parece que ninguno de estos economistas entiende que yo me compré el piso para vivir en él, fíjate tú qué estupidez.
Y me irrita, ahora que la bolsa ha caído en picado, escuchar al ministro de turno decir que están siguiendo con atención la evolución del mercado por si tienen que intervenir, es decir, por si tienen que meter pasta para que los señoritos sigan jugando. O que la reserva federal del otro lado del atlántico debe actuar rápidamente para apuntalar los mercados. Que es una manera como cualquier otra de definir el capitalismo: unos pocos capitalizan los beneficios, mientras que se socializan las pérdidas. O lo que es lo mismo, que da igual si juegas o no, porque igualmente te tocará pagar. Además de cornudo, apaleado. Y pon buena cara, que todavía podría ser peor.
4 comentarios:
Genial,genial, y,además, estoy totalmente de acuerdo.
Y, al fin y al cabo, lo único que entendemos de economía es poder llegar a fin de mes sin deber más de cuenta y pudiendo comer algo,digo yo. ;-)
Y eso que Pizarro, el nuevo y flamante fichaje del PP, nos dió la clave para llegar a fin de mes: "Lo que tienen que hacer los cabeza de familia es gastar menos y ahorrar más."
Vaya... y yo pidiendo aumento de sueldo y trazando un malévolo plan para salir del mileurismo, allá por el 2015… Desvergonzada, ignorante, manirrota, tarambana…
Dios, ¡me avergüenzo de mí misma!
Es que no tienes compasión Sibel... ya te vale.
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