Patetismo urbano
Suele apostarse frente a los bares, o vagar por la calle, siempre en el mismo lado, por la misma acera. Si bien por su ropa no lo parece, podría pasar por vagabundo, pues no se le conoce otro oficio que ese, apostarse frente a los bares. Camina renqueando la pierna derecha, apoyando el pie ligeramente torcido hacia dentro, la espalda curvada con los hombros encogidos. Mira con sus ojos saltones y vidriosos, la boca abierta, la mandíbula descolgada, con expresión de absoluta estupidez. A menudo uno pudiera pensar que va bebido y muchas veces no se equivocaría, pero no siempre es así. Sobrio es igual de patético.
Asalta cauteloso, como quien teme recibir un golpe por los muchos que ha recibido, a todos quienes entran o salen de los bares. Cuando se acerca titubeando, uno podría esperar que le diga: “Perdón. ¿Ha visto a Godot? Es que hace rato que lo estoy esperando”, pero en lugar de eso pide un euro, mirando hacia arriba con la cabeza gacha, hundida entre los hombros hundidos; la mirada de cordero. Puede pasarse horas ante la puerta de un bar, insensible al desaliento, a las miradas de desdén o rechazo o hastío, hasta que consigue una moneda, entra en el bar y se compra una cerveza. Si tiene suerte, se encontrará con un camarero sensato que no se la venda pero que le regalará una cocacola a condición de que se largue. “No quiero verte más frente al bar”. Entonces él se irá encogido, haciendo breves y sincopadas reverencias, “gracias, gracias, gracias”, con su cocacola y su moneda a otra parte, a sentarse en un banco quizás. Se beberá la cocacola y después se pasará un buen rato lanzando la moneda al aire y cogiéndola al vuelo, como jactándose de su pericia y su riqueza, como si aquella fuera la mejor forma posible de matar el tiempo.
Pero otras veces no será así. Otras se encontrará con algún camarero no mucho más inteligente que él, con esa crueldad asociada a la estupidez cuando se cree superior, que aprovechará la ocasión para reírse un rato a su costa, pensando quizás que los parroquianos lo creen ingenioso por darle réplica a un pobre estúpido, o valeroso por golpearle la espalda a un pobre tullido, o gracioso por mojar de arriba abajo con un sifón a un vagabundo. Entonces el pobre imbécil (el vagabundo) se quedará a una distancia prudencial y cuando sepa que no pueden oírlo, insultará entre gruñidos con un ojo puesto en la puerta del bar, por si acaso hay que salir corriendo, renqueando de su pierna derecha.
Asalta cauteloso, como quien teme recibir un golpe por los muchos que ha recibido, a todos quienes entran o salen de los bares. Cuando se acerca titubeando, uno podría esperar que le diga: “Perdón. ¿Ha visto a Godot? Es que hace rato que lo estoy esperando”, pero en lugar de eso pide un euro, mirando hacia arriba con la cabeza gacha, hundida entre los hombros hundidos; la mirada de cordero. Puede pasarse horas ante la puerta de un bar, insensible al desaliento, a las miradas de desdén o rechazo o hastío, hasta que consigue una moneda, entra en el bar y se compra una cerveza. Si tiene suerte, se encontrará con un camarero sensato que no se la venda pero que le regalará una cocacola a condición de que se largue. “No quiero verte más frente al bar”. Entonces él se irá encogido, haciendo breves y sincopadas reverencias, “gracias, gracias, gracias”, con su cocacola y su moneda a otra parte, a sentarse en un banco quizás. Se beberá la cocacola y después se pasará un buen rato lanzando la moneda al aire y cogiéndola al vuelo, como jactándose de su pericia y su riqueza, como si aquella fuera la mejor forma posible de matar el tiempo.
Pero otras veces no será así. Otras se encontrará con algún camarero no mucho más inteligente que él, con esa crueldad asociada a la estupidez cuando se cree superior, que aprovechará la ocasión para reírse un rato a su costa, pensando quizás que los parroquianos lo creen ingenioso por darle réplica a un pobre estúpido, o valeroso por golpearle la espalda a un pobre tullido, o gracioso por mojar de arriba abajo con un sifón a un vagabundo. Entonces el pobre imbécil (el vagabundo) se quedará a una distancia prudencial y cuando sepa que no pueden oírlo, insultará entre gruñidos con un ojo puesto en la puerta del bar, por si acaso hay que salir corriendo, renqueando de su pierna derecha.
3 comentarios:
de vuelta al trabajo, eh?
Sí Celia, ya ves... Aunque lo mío, más que trabajo, es empleo.
Me gusta el cuadro realista que has pintado hoy;todos hemos podido contemplar alguno parecido en las múltiples y surrealistas exposiciones callejeras,amigo.Hay demasiados "nadies" delante de nuestros ojos.Un saludo y buen "laburo".;-)
Publicar un comentario