El mercado
“Si por ti fuera, nos comería la mierda”. Eso era lo que me decía ella. Obviamente, ante tamaña ofensa yo me defendía: “No es que no quiera limpiar, es que mi umbral de tolerancia es más alto que el tuyo”. “Anda, anda, vete a comprar” me respondía en tono de resignación. Y yo cogía el carrito y me iba feliz y contento a hacer la compra. A la vuelta recibía más reproches: “¡No entiendo cómo tardas tanto!”. Y yo me justificaba diciendo que prefería el mercado en lugar de los supermercados. “No te entiendo, si lo que aquí sobran son supermercados”, respondía ella. Y así cada sábado.
Un día me acompañó a hacer la compra. Entramos en el mercado y, como siempre, me dirigí a la parada de legumbres, regentada por una señora de Murcia y su hija. “Hola guapo, ¿lo de siempre?” me pregunto la hija, mientras abría una bolsa junto a los garbanzos. Le dije que sí, y mientras me llenaba la bolsa me dijo que la Julia había preguntado por mí. “La de la marisquería” apuntó mirando a mi mujer, que asentía forzando una sonrisa. Cogí la bolsa y me fui comiendo garbanzos hasta la parada de la Julia. “Hola guapo” me saludó, “Veo que hoy vienes bien acompañado. ¿Te has echado novia?”. Mi mujer me miró con una mezcla de incredulidad y odio. Era una invitación silenciosa a corregir el error. “No, es mi mujer”. “Ahhh, ¡qué callado te lo tenías pillín!”. Eso fue todavía peor, lo sé. Me habría bastado con su mirada, pero lo confirmó el codazo en los riñones que me dio después de haber comprado las navajas que la Julia había guardado especialmente para mí.
Al pasar por el pasillo de las pescaderías, todas me saludaron. La una me decía lo frescas que tenía las sardinas, mientras que la otra me ofrecía unas lubinas que daban sus últimas bocanadas al vacío, y más allá me enseñaban una pieza de salmón salvaje. Ese día no compramos pescado. Mi mujer me cogió del brazo y tiró firmemente de mí hasta llegar a las fruterías, donde me ofrecieron unos magníficos tomates de Montserrat. Mi mujer los compró de rama, pagó ella y me sacó del mercado sin pasar por la carnicería, donde tenía encargada carne de jabalí para hacer un civet.
La semana siguiente, al llegar a casa el viernes por la noche, mi mujer me dijo que ya había hecho la compra, que así me ahorraba tener que ir al mercado.
Eso fue hace unos cuantos años, cuando todavía era raro que un hombre fuera solo al mercado. Ahora es distinto, ya empieza a ser habitual. Y pese a que se pierde mucho tiempo haciendo cola en todas y cada una de las compras y pese a que tengo que compartir los piropos con otros hombres, me sigue gustando más ir a comprar al mercado. Además que ya no tengo mujer que me sabotee comprando los viernes.
Un día me acompañó a hacer la compra. Entramos en el mercado y, como siempre, me dirigí a la parada de legumbres, regentada por una señora de Murcia y su hija. “Hola guapo, ¿lo de siempre?” me pregunto la hija, mientras abría una bolsa junto a los garbanzos. Le dije que sí, y mientras me llenaba la bolsa me dijo que la Julia había preguntado por mí. “La de la marisquería” apuntó mirando a mi mujer, que asentía forzando una sonrisa. Cogí la bolsa y me fui comiendo garbanzos hasta la parada de la Julia. “Hola guapo” me saludó, “Veo que hoy vienes bien acompañado. ¿Te has echado novia?”. Mi mujer me miró con una mezcla de incredulidad y odio. Era una invitación silenciosa a corregir el error. “No, es mi mujer”. “Ahhh, ¡qué callado te lo tenías pillín!”. Eso fue todavía peor, lo sé. Me habría bastado con su mirada, pero lo confirmó el codazo en los riñones que me dio después de haber comprado las navajas que la Julia había guardado especialmente para mí.
Al pasar por el pasillo de las pescaderías, todas me saludaron. La una me decía lo frescas que tenía las sardinas, mientras que la otra me ofrecía unas lubinas que daban sus últimas bocanadas al vacío, y más allá me enseñaban una pieza de salmón salvaje. Ese día no compramos pescado. Mi mujer me cogió del brazo y tiró firmemente de mí hasta llegar a las fruterías, donde me ofrecieron unos magníficos tomates de Montserrat. Mi mujer los compró de rama, pagó ella y me sacó del mercado sin pasar por la carnicería, donde tenía encargada carne de jabalí para hacer un civet.
La semana siguiente, al llegar a casa el viernes por la noche, mi mujer me dijo que ya había hecho la compra, que así me ahorraba tener que ir al mercado.
Eso fue hace unos cuantos años, cuando todavía era raro que un hombre fuera solo al mercado. Ahora es distinto, ya empieza a ser habitual. Y pese a que se pierde mucho tiempo haciendo cola en todas y cada una de las compras y pese a que tengo que compartir los piropos con otros hombres, me sigue gustando más ir a comprar al mercado. Además que ya no tengo mujer que me sabotee comprando los viernes.
14 comentarios:
Me siento perfectamente identificado con usted. Yo he hecho siempre la compra y loa comida (desde hace 30 años). Y me sigue gustando que me vacilen las vendedoras. Del resto, prefiero callar, que yo sigo estando casado.,
Supongo que se había convertido en un rito para ustedes, un rito hermoso bajo mi punto de vista. Qué pena que yo no he sido una de esas afortunadas esposas, bueno realmente siempre he sido un poco machorrín, será eso.
Arrebatos,debería tener algún espacio reservado en algún suplemento de prensa semanal y hacernos esperar, con ansiedad, su próximo artículo; al igual que le esperan cada sábado en el mercado. ;-)
Me ha encantado y me ha hecho sonreír.
Buena compra.:-)
Jajajajajaja... a mi me pasa lo mismo, pero mi umbral de tolerancia es altísimo!!!
Ayer se complicó todo mucho, pero me hizo muuuucha ilusión que estuvierais ahí!
Un abrazote!
Me ha gustado. En general, las vendedoras de los sitios donde somos excepciones, a los hombres nos tratan genial; sobre todo si por la edad les sale el instinto maternal.
Un abrazo.
Isabel, eso sería genial. Pero me conozco y soy tan capullo que, cuando se acercara la fecha de entrega del artículo, andaría quejándome y gruñendo porque lo que antes era placer, ahora se había convertido en obligación. Sí, lo sé, lo mío no tiene remedio.
Tipo raro, es que no nos entienden. No es que nos guste la suciedad, es que no la vemos.
El concierto de ayer fue cojonudo, en serio. Sonásteis de puta madre. Lástima de las limitaciones de mi cámara, porque no hay una foto que se salve. De todos modos, estos conciertos habría que grabarlos en vídeo.
Don Gregorio, Portorosa, ¿a quién no le gusta que le traten bien?
Aaaaah... Ahora entiendo lo de mi chico!!!! Con la pereza que me da a mí hacer la compra.. ¡Será posible! jajajaja.
Tolerancia tolerancia... Ya ya.
Pues a mí me gustaba acompañar a mi madre a hacer la compra en el mercado de abastos los sábados. Me encantaba el olor a frescura de todos los productos, cada planta para una cosa (arriba los frutos de la tierra, segunda planta para los cárnicos y en la planta baja, la más fría, toda la muchedumbre entre los puestos del pescado...)
Y sí que había cierto tonteo en todos los puestos. En algunos estaban la pareja, y cada uno se dedicaba a la clientela masculina o femenina, según correspondiese.. Era divertido. Mi madre se lo pasaba pipa con el carnicero..... jajaja, y yo no perdía detalle...
Era el lenguaje del mercado... Hace mucho que no voy.
Buen post.
Además, en el super no te regalan el perejil ni tampoco huesos para los perros.. jejeje
¡Tienes razón! Tengo en la nevera más perejil que el que necesitaría Arguiñano en un año.
Me encantaría leer una entradita de tu ex contando su versión de este mismo hecho :p
Obviamente lo negaría todo, lo que indudablemente confirma mi versión.
hola. he llegado de casualidad a tu blog y he de decirte que lo poco que he leido me ha encantado...pasare con mas tiempo..un saludo y un beso..
pd: no cambies nunca el mercado tradicional por los supermercados...
susy.
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