sábado, 15 de marzo de 2008

Picores

A media mañana le he mandado un correo a mi jefe, que eliminando toda la jerga formal se resume en dos palabras: “me voy”. No ha sido hasta después de comer que me he reunido con él en su despacho.

Me ha recibido de pie y no se ha sentado ni ofrecido asiento en ningún momento. Mi jefe perdió (si alguna vez lo tuvo) el don de gentes el día que perdió su último diente de leche, pero es que además hoy se le veía incómodo, ansioso por concluir antes de empezar. Desde el día que lo conocí que no me ha inspirado confianza. Es una persona nerviosa que pierde los papeles en una conversación que no haya ensayado y de la que no controle los tiempos; y yo nunca le he dejado llevar el peso de la conversación. En los correos llega a mostrarse arrogante, algo gallito, pero en el tú a tú es insignificante y ridículo. No para de moverse, se muestra esquivo y nunca te mira a la cara; nunca hace referencia a algún reproche que haya hecho anteriormente por correo o indirectamente (otra de sus especialidades) a través de otra persona.

La conversación ha sido afortunadamente breve y de pie. Ha extendido ante mí toda su baraja de hipocresías y yo le he seguido el juego. Le he dado mis razones de la renuncia, mi falta de motivación en un proyecto que no conducía a nada y él me ha dado a entender que me comprendía con los mismos argumentos que yo le daba. Siempre hace lo mismo: coge un argumento, lo pone en pasiva y se lo apropia. Mientras me hablaba no paraba de moverse. Un pasito adelante, otro hacia atrás. Se frotaba las manos, se mesaba el pelo, un pasito adelante, otro hacia atrás. Cuando ya empezaba a recordarme a Chiquito de la Calzada, ha levantado la pierna (el pie del suelo, con la rodilla doblada) y ha empezado a pellizcarse los huevos. Yo, intentando disimular, aunque cada vez más incómodo, he seguido hablando mientras él seguía con su pasito adelante, su otro hacia atrás, volvía a levantar la pierna, se frotaba los huevos y tiraba del calzoncillo a través de la tela del pantalón. No daba crédito a lo que estaba viendo. Estamos hablando de un directivo que es la imagen pública de la empresa, primero hacia sus empleados, pero también con los clientes. Y lo tenía ahí delante, explicándole mis razones, mientras él estaba con el baile de San Vito y –literalmente– rascándose los cojones mientras me hablaba sin mirarme a la cara.

Hacia el final, él medio agachado mientras se frotaba los huevos manteniendo el equilibrio con un pie en el aire, me ha preguntado si, pese a todo, había sacado algo bueno de mis dos años en la empresa. Y yo, lo juro, lo he soltado sin pensar. Me he acordado de esta navidad y le he dicho: sí, un jamón. Sin parar de rascarse me ha mirado y ha empezado a reirse hacia adentro, como el perro Patán. Si todavía albergaba alguna duda respecto a mi decisión, mi jefe ha acabado por disiparla.


6 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

¿No se estaría insinuando?

Don Arrebatos: ¡Adelante! Espero que todo le vaya bien. En cualquier caso, siempre dispondrá de barra libre en El Café de Ocata.

arrebatos dijo...

Gracias Don Gregorio. Será difícil que no me vaya mejor.

Palimp dijo...

Mucha suerte. Por lo poco que cuentas, has hecho bien.

Nepomuk dijo...

Pues... esa falta de control me suena más a ataque ladillil que a otra cosa.

De hecho tengo entendido que cuando más te pican los huevos es cuando más nervioso te pones, por aquello de que irrigas más sangre.

No... vale... esto último me lo he inventado.

Mañana voy a pedir un aumento de sueldo. Procuraré mantener la vista de su cintura para arriba.

arrebatos dijo...

Buena forma de pedir un aumento de sueldo y que te lo den: "Si no me aumenta el sueldo, les diré a los demás que me ha aumentado el sueldo".

Petrusdom dijo...

Muchas veces dejar un trabajo es encontrar el mejor de tu vida. Eso me pasó hace muchos años.
Un abrazo.