Vergüenza
Ayer las autoridades chinas invitaron amablemente –entiéndase el eufemismo– a abandonar el país a los dos últimos periodistas occidentales que todavía quedaba en la zona del Tíbet: el corresponsal del semanario "Die Zeit" Georg Blume y la colaboradora de la revista austríaca "Profil" Kristin Kupfer. Ha sido todo un detalle por parte de las autoridades chinas no hacerlos desaparecer o ejecutarlos con un tiro de gracia en plena calle, tal como se vio en las manifestaciones del pasado noviembre en Birmania contra la dictadura militar también subvencionada por China. Hace unas semanas, cancelaron todos los visados de los integrantes de las expediciones occidentales previstas para este año en el Tíbet. Es obvio que no querían testigos de la brutal represión que se les venía encima a los tibetanos. Estas desagradables fotografías confirman lo que todos sospechamos y que las autoridades chinas se obstinan en desmentir, pese a que es algo lamentablemente demasiado habitual.
En otras circunstancias, en cualquier otra parte del mundo, un general eructa y toda la maquinaria de la OTAN, los cascos azules de la ONU y hasta el séptimo de caballería si hace falta toman posiciones en ese país. Pero en China no. A los chinos no hay quien les tosa: hay demasiado dinero en juego. Es un mercado demasiado grande y apetecible como para molestar a sus autoridades. No habrá ningún comunicado conjunto de condena. No habrá ninguna sanción económica. La comunidad internacional está mirando hacia otro lado mientras en el Tíbet el ejército chino está machacando a su población, para después ir todos cogiditos de la mano a participar en los Juegos Olímpicos. Unos juegos manchados de sangre que el tiempo igualará a los de Berlín de 1936, con Hitler preparando su macabro teatro de operaciones.
No sé qué les estará pasando por la cabeza a los dirigentes occidentales, pero yo siento pena y vergüenza. No habrá ningún boicot oficial, ya lo sé, pero por mi parte sí que lo habrá. No pienso ver los JJOO de Pekin. No quiero tener ninguna relación con esta farsa.
En otras circunstancias, en cualquier otra parte del mundo, un general eructa y toda la maquinaria de la OTAN, los cascos azules de la ONU y hasta el séptimo de caballería si hace falta toman posiciones en ese país. Pero en China no. A los chinos no hay quien les tosa: hay demasiado dinero en juego. Es un mercado demasiado grande y apetecible como para molestar a sus autoridades. No habrá ningún comunicado conjunto de condena. No habrá ninguna sanción económica. La comunidad internacional está mirando hacia otro lado mientras en el Tíbet el ejército chino está machacando a su población, para después ir todos cogiditos de la mano a participar en los Juegos Olímpicos. Unos juegos manchados de sangre que el tiempo igualará a los de Berlín de 1936, con Hitler preparando su macabro teatro de operaciones.
No sé qué les estará pasando por la cabeza a los dirigentes occidentales, pero yo siento pena y vergüenza. No habrá ningún boicot oficial, ya lo sé, pero por mi parte sí que lo habrá. No pienso ver los JJOO de Pekin. No quiero tener ninguna relación con esta farsa.
1 comentario:
Es vergonzoso, sí. Suceden tantos denigramientos, y cuando alguien escribe y lo denuncia, vale.
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