viernes, 17 de agosto de 2007

La buena estrella (II)

Llegamos a Ripoll tras recorrer cien kilómetros en hora y media. El tren avanza, qué duda cabe, pero a distinta velocidad que el resto del mundo. Hace un siglo este tramo era de vía única, de esas en que los trenes paran en las estaciones a esperar al que viene en sentido contrario. Hoy sigue igual. Lo único que ha cambiado en 25 años –hasta donde llega mi memoria- han sido los trenes, que ahora son mucho más incómodos (te duele la espalda nada más sentarte) y rápidos, aunque esto último no sirva para nada con una infraestructura obsoleta.

En esta ciudad, de visita obligada por su románico aunque hoy nos saltemos la obligación, es donde nos sacan del tren y nos meten con todos los bártulos en un autobús para llevarnos hasta Ribes de Freser. El tramo de vía estará cortado por obras hasta el 2020. No sé si es para arreglar los corrimientos de tierras del último invierno o para instalar, por fin, el doble sentido de circulación. En la estación de Ribes está el enlace con el tren cremallera que lleva hasta el santuario de Núria pasando por Queralbs, nuestro destino, un pueblecito encaramado a la montaña que pese al brutal incremento en la construcción de chalecitos que lo rodean, sigue conservando su encanto.

Al llegar vemos desde el autobús que el tren cremallera espera vacío en la estación. Estamos de suerte, pienso. Pero al acercarnos comprobamos consternados que acaba de irse. Todo tiene una explicación. La renfe y sus impuntualidades son estatales, dependen del gobierno central, ergo son españolas y no catalanas. El tren cremallera es de la Generalitat, el gobierno autonómico, que debe desmarcarse del central aunque sea metiéndose de lleno en el absurdo de cumplir a rajatabla un horario, aun a costa de salir con el tren vacío cuando los viajeros del enlace con renfe acaban de llegar. A alguien de fuera podrían llegar a sorprenderle estas actitudes ridículas, pero los sufridos catalanes ya estamos acostumbrados, así que mientras unos protestan entre sorprendidos e indignados, nosotros aprovechamos para ir a comer un bocadillo, que ya son las dos y media y el estómago ruge.

En el bar que hay enfrente los hacen muy buenos, con pan de pueblo y tan grandes que para morderlos primero debes desencajar la mandíbula, así que vamos hacia allí racatracatranc-tranc-racatranc-tracatracatranc por un suelo a ratos pedregoso, otros asfaltado con socavones en los que desaparecería la maleta caso de caer en uno. Los trinos de los pajaritos cesan de golpe; hasta el cristalino borboteo del río queda ahogado ante semejante traqueteo, mientras que ella fantasea con desvanecerse o, en todo caso, esconderse dentro de la maleta. Sin embargo, en el bar la desilusión será notable. Los beneficios de la modernidad han venido de la mano del turismo masivo, y los enormes bocadillos han mutado en insípidas baguettes de testimoniales lonchas de embutido industrial. Eso sí, a la par que la calidad ha bajado, los precios han subido sensiblemente hasta equipararse a cualquier sitio caro de Barcelona. Una pena.

Regresamos a la estación racatracatranc-tranc-racatranc-tracatracatranc, ella angustiada buscando en balde el suelo más regular, yo algo abatido por no poder recuperar aquello que fue y que –la pela es la pela- se ha desvanecido en el tiempo y sólo conservaré en mis recuerdos. Sin embargo ¡qué coño! todavía queda mucho para compartir con ella.


(sugerencia de consumo)
I put a spell on you, del delirante "Screamin'" Jay Hawkins

1 comentario:

Glo dijo...

Mis pesadillas se alimentan con experiencias como las tuyas: desde una ocasión en la que tuve que quedarme en Madrid los días de vacaciones con los que contaba, por no haber plazas en ningún medio, a un viaje en el que esperamos horas en una cuneta, en algún lugar entre Lugo y Santiago de Compostela, mientras el chofer encontraba y reponía el tubo de escape que había perdido el autobús en el que viajábamos...