Una escena
Sobre el cuadrilátero dos hombres se observan girando sobre un eje que sólo ellos perciben, un equilibrio de fuerzas. Se tantean sin decidirse a dar el primer golpe. Giran y giran y a cada paso parece que también tanteen el suelo. No saltan como al comienzo del combate. Se percibe el cansancio en sus cuerpos tras nueve asaltos, aunque no quieren mostrar ninguna debilidad al rival. Están tensos. Saben que ahora un descuido, un movimiento equivocado, puede ser fatal. Tanto si fallan el golpe como si lo reciben. El uno es rubio y alto, con calzón oscuro. El otro viste calzón blanco, tiene la piel oscura, más bajo y robusto y el pelo rapado al cero. Ambos están por encima de los cien quilos. Acude a mi memoria la imagen del cartel de un combate que Jack Johnson y Arthur Cravan disputaron en la Monumental de Barcelona, aunque este combate no tiene nada que ver con aquel. Este debe ser de los años cincuenta, quizás cuarenta. La película es en blanco y negro. Sólo se escucha el monótono traqueteo del proyector haciendo girar las bobinas y algunas toses apagadas sobre la palma de la mano. Un chorro de luz traza un camino en el humo de los cigarrillos, espesándolo, que baila y se enreda y diluye antes de convertirse en imágenes proyectadas en la pantalla, apoyada sobre un trípode en una esquina de la sala.
Un rápido movimiento consigue alcanzar al boxeador rubio, aunque sólo tangencialmente, apenas un golpe en la oreja, que se revuelve y carga su brazo derecho desde abajo, como si armara un raquetazo, proyectando su puño con una brutalidad espeluznante contra el pómulo de su rival, que se tambalea. Se escucha un leve murmullo en la sala y algún grito ahogado cuando de nuevo, aprovechando el desconcierto de su rival, el rubio le golpea con fuerza en los riñones, logrando que se doble hacia delante. Es definitivo. Observándolo desde arriba con arrogancia, pega el brazo a su cuerpo y descarga un fatal gancho de izquierda que golpea en la mandíbula y proyecta hacia atrás la cabeza de este Jack Johnson igual que si fuera un muñeco. Se tambalea y cae a la lona. El juez aparta hacia su esquina al vencedor que levanta los cansados brazos, mientras se arrodilla y empieza a contar uno, dos, tres… hasta que la campana interrumpe la cuenta en el siete. Final del noveno asalto.
Una sucesión de manchas sobre la pantalla y los latigazos de la película en el proyector indican que se ha terminado la bobina. Ruido de sillas y la gente –apenas una docena entre hombres y mujeres- empieza a levantarse. Se dirigen charlando animadamente hacia el otro extremo de la sala, donde una mesa les espera con bebidas. Ante el proyector, una mujer retira la bobina y pone la otra, mientras charla con un hombre. Por la conversación, parece que es el propietario de las cintas. Cuando ya ha pasado la cinta por las guías del proyector y está lista para continuar, avisa a los demás, que siguen alrededor de la mesa sin prestar demasiada atención. Ella sigue charlando con ese hombre, que yo sólo veo de espaldas. Hablan en francés. Gira la cabeza hacia la mesa y vuelve a llamarlos, esta vez dando palmas para hacerse notar sobre las conversaciones. Continua hablando con el hombre y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… Gira la cabeza hacia la mesa y vuelve a llamarlos, esta vez dando palmas para hacerse notar sobre las conversaciones. Continua hablando con el hombre y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… Gira la cabeza hacia la mesa y vuelve a llamarlos, esta vez dando palmas… Es entonces cuando caigo en la cuenta de que toda esta escena también es en blanco y negro. Que yo estoy fuera de ella, observándola a través de otra pantalla y con el mismo y monótono traqueteo de un proyector. Intento pararlo, pues es evidente que se ha atascado, pero no puedo, no lo consigo detener, y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena…
Hasta que despierto bruscamente.
Un rápido movimiento consigue alcanzar al boxeador rubio, aunque sólo tangencialmente, apenas un golpe en la oreja, que se revuelve y carga su brazo derecho desde abajo, como si armara un raquetazo, proyectando su puño con una brutalidad espeluznante contra el pómulo de su rival, que se tambalea. Se escucha un leve murmullo en la sala y algún grito ahogado cuando de nuevo, aprovechando el desconcierto de su rival, el rubio le golpea con fuerza en los riñones, logrando que se doble hacia delante. Es definitivo. Observándolo desde arriba con arrogancia, pega el brazo a su cuerpo y descarga un fatal gancho de izquierda que golpea en la mandíbula y proyecta hacia atrás la cabeza de este Jack Johnson igual que si fuera un muñeco. Se tambalea y cae a la lona. El juez aparta hacia su esquina al vencedor que levanta los cansados brazos, mientras se arrodilla y empieza a contar uno, dos, tres… hasta que la campana interrumpe la cuenta en el siete. Final del noveno asalto.
Una sucesión de manchas sobre la pantalla y los latigazos de la película en el proyector indican que se ha terminado la bobina. Ruido de sillas y la gente –apenas una docena entre hombres y mujeres- empieza a levantarse. Se dirigen charlando animadamente hacia el otro extremo de la sala, donde una mesa les espera con bebidas. Ante el proyector, una mujer retira la bobina y pone la otra, mientras charla con un hombre. Por la conversación, parece que es el propietario de las cintas. Cuando ya ha pasado la cinta por las guías del proyector y está lista para continuar, avisa a los demás, que siguen alrededor de la mesa sin prestar demasiada atención. Ella sigue charlando con ese hombre, que yo sólo veo de espaldas. Hablan en francés. Gira la cabeza hacia la mesa y vuelve a llamarlos, esta vez dando palmas para hacerse notar sobre las conversaciones. Continua hablando con el hombre y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… Gira la cabeza hacia la mesa y vuelve a llamarlos, esta vez dando palmas para hacerse notar sobre las conversaciones. Continua hablando con el hombre y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… Gira la cabeza hacia la mesa y vuelve a llamarlos, esta vez dando palmas… Es entonces cuando caigo en la cuenta de que toda esta escena también es en blanco y negro. Que yo estoy fuera de ella, observándola a través de otra pantalla y con el mismo y monótono traqueteo de un proyector. Intento pararlo, pues es evidente que se ha atascado, pero no puedo, no lo consigo detener, y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena… y de repente se dirige a mí y me dice podríamos repetir la escena…
Hasta que despierto bruscamente.
3 comentarios:
Los sueños, a veces, nos pillan desprevenidos y sólo un knock out en blanco y negro es capaz de despertarnos.
Y cuando he despertado, tampoco tenía muy claro si había sido un sueño, o si todavía estaba soñando.
Desconcertante.
Qué bien. Me ha gustado.
Un saludo.
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