martes, 7 de agosto de 2007

Prologando a Cortázar

El teatro de Cortázar es más bien escaso en comparación con su producción narrativa. Ya fuera porque lo tomó como divertimento, autoexploración o experimentación, podemos considerar que su dramaturgia como tal consta de sólo tres piezas (Dos juegos de palabras: I. Pieza en tres actos, II. Tiempo de barrilete y Nada a Pehuajó), aunque a estas podemos añadir dos obras más: Los reyes, que el autor consideraba un poema dramático y Adiós, Robinsón, pues se trata de una pieza destinada a la radiodifusión y, por tanto, más que para espectadores está concebida para oyentes. Exceptuando Los reyes, obra germinal en la que Cortázar todavía no ha definido su característico estilo y se nutre del canon clásico, de las normas y corsés literarios, el resto fueron inéditas en vida del autor.

Las tres primeras, junto con Adiós, Robinsón, están incluidas en un librito editado por la zaragozana Crítica 2(mil), cuya edición de 1991 ha caído felizmente en mis manos. Está prologado por el escritor y crítico argentino Saúl Yurkievich, quien conoció personalmente a Cortázar.

Hacia el final de su prólogo El teatro: otra fase de un multiforme mutante afirma (cito textualmente):
“A esta categoría de incursiones inaugurales o de tanteos lúdicos (o mánticos) pertenecen casi todas las piezas de Julio. El teatro de Cortázar hace alianza con tantos otros de sus takes escriturales. Pienso que tuvo el mismo papel (noción que coincide con lo teatral) que su saxo. Amante del jazz al extremo de convertirlo en su propia poética ¿cómo no iba Julio a buscar acercarse a Charlie Parker, su perseguidor predilecto, soplando, aunque sea como cacofónico principiante, ese saxo con que aparece en alguna de sus fotos? De parecido modo, entusiasta y asiduo gustador de espectáculos teatrales ¿cómo no iba a intentar con felicidad diversa, participar como escritor en la gestación de algunos de esos milagros?”

A este fragmento, añado otro del propio Cortázar, extraído textualmente de su La vuelta al día en ochenta mundos, concretamente de su reflexión titulada No hay peor sordo que el que:
“Lo que sigue es la versión de un rato de malhumor y tristeza, entre unos mates y unos cigarrillos; pido excusas por la probable falta de información, puesto que no llevo ficheros y además en esta temporada más bien me dedico a escuchar a Ornette Coleman y a perfeccionarme en la trompeta, instrumento petulante.”

Julio Cortázar tocando su trompeta
Así es, señor Yurkievich, su amigo Cortázar no tocaba el saxo sino la trompeta, como atestiguan las fotografías. ¿Debo creerme el resto del prólogo?

2 comentarios:

Glo dijo...

"No es necesario que lo que se cuente sea verdad; es suficiente con que sea verosímil", me decía una poco escrupulosa letra de la RAE (L).

arrebatos dijo...

Y siguiendo a pies juntillas esta máxima, los políticos han terminado por contar historias que ya ni suenan verosímiles. El mentir es como el rascar, todo es empezar.