viernes, 3 de agosto de 2007

Unos vinos

Hace unos años, en una entrevista que le hicieron a Jancis Robinson, uno de los paladares más prestigiosos en el mundo del vino y miembro del selecto –apenas doscientas cincuenta personas; ningún español- Masters of Wine, comentaba que los grandes vinos estaban repartidos de la siguiente manera: el setenta por ciento eran franceses, el veinte por ciento italianos, el cinco por ciento españoles y el restante cinco por ciento se lo repartían californianos, chilenos, argentinos y australianos. No se olvidó de criticar el conservadurismo de las grandes DO y las bodegas más importantes de este país –existen uvas más allá del tempranillo y el cabernet sauvignon-, pero eso es otra historia.

El año pasado estuve en Italia, y al igual que cuando he estado en Francia me he prendado de los vinos franceses, allí me enamoré de los vinos italianos. Desde el Chianti Classico de la Toscana –o quizás fue el paisaje- hasta los caldos de Sicilia, pasando por los Montalcino, Montepulciano y tantos otros. Tuve la inmensa fortuna de ir a comer tarde en Ferrara y que lo único abierto fuera la Osteria Al Brindisi, de la que se tiene noticia desde el S.XV, ya que eso me permitió descubrir un vino sorprendente, increíble y único de esa zona, amén que por una extraña cualidad de sus cepas, su producción y venta están prohibidas… de forma algo flexible, pues se produce de manera artesanal. Se trata del Fragolino, de un color rojo claro, translúcido, con un potente sabor a fresas y un regusto final algo metálico, como de sangre. El sommelier nos advirtió que el Fragolino que se vendía en los comercios nada tenía que ver con ese, que no era el auténtico ya que se obtenía por procedimientos químicos, así que le compramos una botella de esas sin etiquetar. Otra vez me estoy alejando de la cuestión.

Esta noche quería preparar una cena alla italiana y acompañarla de un buen vino de esa tierra, pero ha sido decepcionante la búsqueda. ¿Por qué no hay variedad de vinos italianos en Barcelona? Me he acercado a una de las bodegas más bien surtidas de la ciudad, y sólo tenían dos: un Sicilia y un Montepulciano. En cambio tenían varios australianos, chilenos y argentinos. Pero del país que produce el veinte por ciento de los mejores vinos del mundo, sólo dos míseras botellas. ¿Qué ocurre, que nos da miedo que nos guste más que el español? Quizás sería la manera de despabilar a nuestros bodegueros.

En fin, esta noche descorcharé el Brunello di Montalcino que guardaba en casa, ese que tengo para alguna ocasión especial. ¡Salud!


(sugerencia de consumo)
la feliniana Orquesta sinfónica de payasos de Nino Rota

5 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Si tiene oportunidad, señor Arrebatos, no deje de probar los vinos búlgaros. Le aconsejo un "Lovico Suhindol". Evidentemente, no le será fácil encontrarlo por Barcelona.
Pero yo voy a recordarlo a su salud.

Glo dijo...

Como suelo hacer en casos como este, en los que se mitifica el vino, y aunque sé que corro el riesgo de grangearme odios por parte de los “enganchados” y los traficantes (no es el primer blog del que me echan, utilizando palabras insultantes, creadas por los bebedores, como “abstemio”), paso a enunciar las lacras del consumo de alcohol:
- El alcohol, vino incluido, a pesar de las presiones de los narcos vinateros, debe clasificarse dentro de las DROGAS DURAS. Esto significa, que una vez establecida la dependencia, es muy difícil abandonar su consumo. “Yo puedo dejarlo cuando quiera” es la frase más habitual entre los adictos a cualquier droga que produce dependencia. La única diferencia con otras drogas duras es que la dependencia tarda algo más de tiempo en establecerse.
- El alcohol no solamente modifica capacidades como la de conducir, sino el carácter, volviéndolo en la mayor parte de los casos, irresponsable y agresivo. Recordemos a este respecto, que el alcohol es el detonante, no declarado por interés social, de las muertes domésticas.
- Hay muchas drogas duras, pero el alcohol es una de las más sencillas de producir, pues se puede obtener de la fermentación de casi cualquier cosa. Su prohibición es, por este motivo, y por lo arraigado de su consumo, un asunto difícil. Recordemos que otras drogas duras son: la heroína, el opio, el crack, la morfina...
- Informar sobre las consecuencias de su consumo no es suficiente: debe prohibirse. Recordemos que los anestesistas son médicos quienes, en teoría, conocen las características de los fármacos, suelen caer en la adicción de la morfina, y otros anestésicos que utilizan, debido a que los tienen a mano.
- No hay pertenencia a grupo social ni formación que nos libre de convertir nuestra vida y la de nuestra familia en un infierno. Un alcohólico puede parecer alegre en la calle, pero suele ser violento en el entorno familiar, y es raro el maltrato (tanto de cónyuges como de niños) que no esté relacionado con el consumo de drogas en general y de alcohol en particular.
- Recordemos que la sociedad nos invita de muchas maneras a esta forma de suicidio, pero al mismo tiempo, castiga severamente a los que han caído en la adicción, atribuyéndoles defectos morales (no sabe beber; es un borracho, o una borracha) donde sólo hay dependencia.

Algunos prefieren sumarse a otras causas de “censura”. Yo, por mi parte, viendo que la administración pública se rinde a las presiones de los traficantes, insisto en exponer públicamente la gravedad de este asunto.

Un saludo.

arrebatos dijo...

Glo, toda tu exposición parece salida de un conocimiento de primera mano, no sé si será así ni es asunto mío, pero no estoy de acuerdo contigo.

Primero porque soy contrario a cualquier tipo de prohibición de este tipo, incluso de las sustancias ahora prohibidas. El ser humano, desde que se tiene noticia e incluso antes, que ha buscado y usado sustancias con las que inhibirse, drogarse en definitiva. Forma parte de su ser, de su esencia, y ha terminado por ser cultura, te guste o no.

En cuanto al caso concreto del vino, como con cualquier otra cosa, una cosa es el uso y el otro el abuso. Y en su justa medida es incluso sano, mientras que cierto puntual abuso desata elocuencias y risas. No sé tú, pero yo no concibo una comida o cena sin vino. Es el alma de la mesa y sin él se vería desangelada. Pero es que además me gusta, lo disfruto, me entretengo observando su color al trasluz, acercando la nariz para captar sus matices y lo saboreo intentando descifrarlo. Es todo un ritual, una fiesta para los sentidos.

Prohibirlo no sólo sería absurdo y ridículo, sino aberrante. Hablas de malos tratos, de violencia y apuntas como culpable al vino, al alcohol en general. Me parece un poco sesgado tu análisis. Dicen que un hombre cuando bebe muestra su auténtico ser, su verdadero carácter oculto. De acuerdo que es el vino quien nos lo muestra desnudo de máscaras, más la podredumbre de su persona ya estaba ahí, latente y esperando la ocasión para mostrarse.

Si algún día voy por el norte y coincidimos, espero que podamos tomarnos tranquilamente unos vinos de la Rioja alavesa a nuestra salud, acompañando unos buenos pinchos, eso sí.

Un saludo

marta dijo...

Besos desde India. Namaste.

Glo dijo...

Sé que es un absurdo por mi parte escribir ese comentario. Tan absurdo como declararse comunista en los Estados Unidos o feminista en un país musulmán. Sólo se puede ir contra corriente en lo tocante a cuestiones socialmente ya aceptadas.

Será un honor y con seguridad un placer hacerle de cicerone por estos lugares.