Página 23; párrafo quinto
Se trata de compartir –algo siempre hermoso- el quinto párrafo de la página 23 del libro que tienes entre manos. El quinto párrafo en el libro que estoy leyendo continúa en la página siguiente, pero me ha parecido inoportuno cortarlo, así que me he tomado la licencia de continuar paseando por la 24.
“Adieu. Quizás es mejor así”, escribió Demon a Marina a mediados de abril de 1869 (¿se trata de la carta original, que no llegó a echarse al correo, o de una copia de propia mano de Demon?), “porque, cualquiera que fuera la felicidad que pudiese haber acompañado a nuestra vida de casados, y por mucho que esa vida feliz hubiera durado, hay una imagen que nunca habría podido olvidar y nunca habría querido perdonar. Deja que se grabe en ti, querida mía. Déjame que la repita en términos adecuados para una actriz. Tú habías ido a Boston para ver a una vieja tía, un lugar común de novela, pero que en esta ocasión es la verdad. Y yo había ido a ver a mi tía en su rancho, cerca de Lolita, Texas. Una mañana de febrero (ya cerca de mediodía donde tú estabas) te telefoneé al hotel, desde una cabina de la carretera. El cristal estaba todavía salpicado de lágrimas, vestigio de una tremenda tormenta. Yo quería pedirte que tomases el avión sin perder un minuto y que volases hacia mí, porque…
(Aquí termina la página 23. Lo que continúa en la 24 es lo que sigue.)
… yo, batiendo mis alas decaídas y maldiciendo el dorófono automático, me repetía que no podía vivir sin ti y porque deseaba que, protegida entre mis brazos, vieras las sorprendidas flores del desierto que la lluvia había hecho brotar. Tu voz era remota, pero dulce. Me dijiste que estabas en traje de Eva; no cuelgues, espera que me ponga un penyuar; pero, en vez de eso, bloqueando el receptor para que yo no oyese, hablaste, supongo, al hombre con quien habías pasado la noche (y a quien de buena gana yo habría despachado al otro mundo, aunque de lo que de verdad sentía deseos era de castrarle). Ése es precisamente el boceto hecho para el fresco de nuestro destino por un joven artista de Parma, en trance profético, el siglo XVI; un fresco que coincide, excepto en la funesta manzana del Saber, con una imagen repetida en la mente de dos hombres. A propósito, tu doncella fugitiva ha sido encontrada por la policía en un burdel de aquí. Te será reexpedida tan pronto como haya sido suficientemente cubierta de mercurio.”
Ada o el ardor
Vladimir Nabokov
(trad. David Molinet)
Como de vacaciones he estado yo estos últimos días, aprovechando para regresar a los ancestros tecnológicos. Cambiando ordenadores, pdf, dvd, usb, televisores, gps y demás maravillas del ingenio humano creadas para ¿facilitarnos? la vida por libros de papel, radio mal sintonizada en el coche, paseos en bicicleta y a pie por la playa y por los barrios viejos de los pueblos.
La única repercusión que ha tenido tamaño desaguisado ha sido inmediata y, en el caso de los habitantes de Barcelona, negativa. Calles cortadas, carriles de autopista reservados a los señores ministros, controles policiales, etc. Resultado: colas quilométricas de automóviles para entrar o salir de la ciudad. Y digo yo, ¿no podrían, en adelante, organizar estas fantochadas en un portaaviones en medio del Mediterráneo? O eso o en los 

Me he servido una copa de vino que una amiga, conocedora de mis gustos, me trajo de Oporto. Su dulce calor me atempera levemente el cuerpo bajando por la garganta, mientras espero que la calefacción cumpla con su cometido. Lo acompaño con unas galletas caseras de almendras. Busco en las estanterías donde guardo la música algo que me ayude a pasar las horas, que las convierta en fugaces. Cojo uno, lo pongo sobre el giradiscos, levanto el brazo con la aguja y lo dejo cuidadosamente al inicio del surco. Inmediatamente empieza a sonar Perdido exactamente del mismo modo –más frío y distante- que sonó en el 






Es por ese motivo que te deseo tanto. Es por eso que mis dedos se pierden en los rizos de tu cabello. Es por eso que el tiempo se detiene mirándote cuando duermes. Es por eso que respiro el perfume de tu pelo. Es por eso que venero el sabor de tu piel. Es por eso que evoco la ternura de tus labios. Es por eso que me pierdo en el fulgor de tu mirada. Es por eso que me ahogo en la corriente de tus lágrimas. Es por eso que te arrebato la intimidad a través de la cortina de la ducha. Y es por eso que el miedo se inyecta en mis venas y un desagradable hormigueo se apodera de mis brazos cuando, levantando la mirada a través del humo de tu cigarrillo, sin un atisbo de sonrisa en tus labios, me dices tenemos que hablar.






Cuando volvieron a subir después de la comida, el paquete de mantas estaba ya en la habitación de Hans Castorp, sobre una silla, y en aquel día se sirvió por primera vez de ellas.



















